Pasado el ecuador de la legislatura -aunque la pandemia haya roto las viejas convenciones temporales-, conviene subrayar algunas de las claves sobre las que pivota el Consell, y entre ellas ciertos lastres apenas resueltos. La primera (1) es el robusto papel que juega el presidente de la Generalitat en un gobierno de objeciones internas entre los socios, objeciones que afectan tanto al discurso, que nunca es uniforme, como a la gestión, marcada mayormente por los compartimentos estancos (las complicidades entre los actores que integran las cúpulas de las formaciones gobernantes son muy débiles si las comparamos con las franquezas de los primeros años del Botànic). El guion por el que transita Ximo Puig reescribe el de la primera legislatura, que es el del esfuerzo por trasladar la idea de consenso y moderación ante los agentes sociales -cosa complicada porque las palabras en ocasiones violentan los hechos, dada la variedad de opiniones y ejecutorias del tripartito- y el de elevarse por encima de la realidad partidista para intentar dominar la proyección política sobre los demás grupos desde el altavoz que otorga la figura del Molt Honorable. A partir de ahí, sin embargo, algo sustancial ha cambiado en este nuevo ciclo. La preocupación por la política ‘exterior’ es un esquema clásico en la segunda fase de poder de los mandatarios. Desaparecido el gobierno socialista andaluz, sin alcanzar Salvador Illa sus objetivos en Cataluña, no queda nadie de los periféricos con pedigrí que pueda hacerle sombra a Puig. Está Francina Armengol, pero es otra cosa. En ese sentido, los gestos de Puig para emerger como líder periférico del socialismo español -y elevar la voz valenciana en el magma nacional- se suceden a diario, y son de una evidencia clamorosa. El vuelo del presidente, en esta segunda etapa, viene marcado, queda dicho, por la ausencia de líderes periféricos socialistas -Andalucía ha sido la clave de bóveda- y por la intención abiertamente visible de apartarse de las crecientes hostilidades entre los socios y buscarse su líquido amniótico particular elaborando política representativa más allá de las fronteras valencianas. La marcha de José Luis Ábalos del Gobierno y de la cúpula del partido ha sido un factor sobrevenido, cuyos reflejos están por ver (Salva Enguix, el otro día, incidía en la precipitación con que se le da por amortizado a poco que se conozca su trayectoria, abundante en resurrecciones).

Más dedicado Puig a la política de alianzas y a la identificación de una narrativa colectiva que a desenmarañar los espinosos asuntos de la gestión diaria, la segunda clave (2) sobrevuela las políticas que están por resolver o acentuar, sabiendo como se sabe que la pandemia ha absorbido todos los esfuerzos del último año. Por decirlo rápido: no sé si el alcalde de la Todolella habrá bajado ya del tejado del ayuntamiento -subió para conectarse a internet- pero es el símbolo definitivo de que no han llegado a la CV vacía o vaciada las nuevas tecnologías -que han de considerarse un servicio ciudadano- del universo internet, con sus 5G y sus bandas anchas o estrechas, no sé, que están revolucionando el mundo del trabajo y dislocando todas las perspectivas. (El anuncio de una inversión de mil millones para digitalizar la Generalitat es oportuno y conveniente, y una obligación de todas las administraciones, pero además hay que confiar en que el disparo adivine el objetivo: la agilidad en los trámites, en las licencias, en las demandas, en las burocracias, en las firmas y en los despachos, o puede pasarte como a esa chatarrera que hubo de cerrar la tienda porque esperó un permiso en vano durante tres años). Es de una evidencia pasmosa, por otra parte, que el eje verde ha de disponer de más recursos porque no solo es el epicentro del discurso actual y futuro, sino que su transversalidad certifica la colisión entre los proyectos entregados para su aprobación, que son abundantes, y una Administración tan escasa como temerosa debido a un pasado de conflictos judiciales. ¿Y no habría de incluir o potenciar el Consell, en ese amplio eje verde, las medidas necesarias y los presupuestos suficientes para la prevención de futuras sequías ante un cambio climático amenazante y un territorio, el nuestro, sensible a esa calamidad? Eje verde, lucha contra la sequía y cambio climático, transformación digital y cobertura territorial, agilización de la Administración, colaboración público-privada (no solo en los discursos), y por supuesto la afirmación de las esencias sociales, el núcleo gravitacional. No son cuestiones menores. Algunas están pespuntadas pero otras andan huérfanas de convicciones o apoyos.

Por lo demás, el escenario que se mantiene hasta el momento -el presidente, elevándose y moderando; el Consell, constituido en dos y tres gobiernos en la práctica y en debate permanente; la gestión más próxima al ciudadano adoleciendo de vicios pasados o marcada por una sobreabundancia ideológica- está mudando (3) por la incorporación de tres nuevos elementos: la entrada de Carlos Mazón, la mayoría aplastante de Isabel Díaz Ayuso en Madrid y las flaquezas de Ciudadanos, además de la posible erosión de Podemos. Son nuevas incógnitas que se añaden a la escasez de retos ilusionantes o cohesionadores en el catálogo del Botànic. A diferencia de Ayuso, Puig no tiene un ‘enemigo exterior’ destinatario de todos los males y aflicciones. Ni puede ni debe elaborar un discurso populista y cortoplacista. Mazón tiene más fácil usar esa iconografía, dado que manda Pedro Sánchez en Madrid. Por el momento, Mazón ha trasladado alguna señal muy sugerente, bien hacia la financiación, bien hacia la cúpula del empresariado, y esos movimientos han desorientado las antenas del socialismo valenciano. (Si Mazón juega a la moderación, entrará en el terreno de Puig, que siempre se verá perjudicado porque Compromís y Podemos le ‘radicalizan’). Hay, sin duda, arenas movedizas en los suelos electorales y parecen abrirse nuevas perspectivas. El tándem Mazón /Catalá sabe que sin València su desafío carecería de aliento, y se vislumbra una cierta excitación al remover el caudal de los sentimientos identitarios, cosa que ha de hacerse con responsabilidad si no queremos estar navegando siempre en círculo, sin avanzar en las cuestiones centrales. Sin duda, el partido entre Puig y Mazón se va a disputar a ras de suelo y aquí, no en la liga nacional, aunque ambos sean rehenes de circunstancias exógenas. La ‘política exterior’ de Puig ensancha su figura y sobre todo la de esta geografía. Cuanto más pintemos en el mapa nacional, mejor. Pero tengo para mi que Mazón está ‘vigilando’ otras cosas, como más cercanas al personal. No olvidemos que quien está en la Moncloa es Sánchez, no Pablo Casado, y que actuar a la contra es lo más cómodo y suele dar buenos frutos. Ya veremos si a Mazón la oscilante ola económica y el examen ciudadano de la gestión socialista de la pandemia le transportan hacia horizontes gloriosos o le obturan el inicio del viaje. Lo veremos pronto o tarde, según se anticipen, o no, las autonómicas.