Todavía no sabemos de qué hemos sido testigos estos días y, sin embargo, tenemos la certeza de que hemos contemplado algo importante. Un ciclo que comenzó con la invasión soviética de Afganistán y que continuó con la intervención de Occidente en el país tras las Torres Gemelas, se ha acabado. Eso es seguro. Pero qué significa, eso es lo que todavía no comprendemos del todo. Es posible que no tardemos mucho en hacerlo.

Dependerá de lo que dure el duelo por lo que hemos visto durante la evacuación del personal militar, diplomático y auxiliar de los países occidentales que apuntalaban el gobierno imposible de Ashraf Ghani. Ha sido un ‘shock’. Podemos preguntarnos qué sentido ha tenido arriesgar la vida de nuestros soldados y dejar más de un centenar de muertos en aquellos campos. La ‘Libertad duradera’, el nombre de la operación en la que se enrolaron nuestras tropas, ha sido breve, sobre todo si recordamos que mientras estábamos allí no hubo sino una infinita guerra civil. En este sentido, no podemos más que unir nuestros sentimientos a los portavoces del Ejército que se han preguntado sobre el destino de todo ese estéril esfuerzo. Cuando pensamos en la suerte que van a correr las mujeres afganas, esa frustración se eleva a turbación ante una tragedia anunciada.

Y sin embargo, la pregunta, a la luz de los acontecimientos, es si alguna vez tuvo sentido mandar tropas a Afganistán. Esta pregunta cuestiona de forma clara, una vez más, lo acertado de la estrategia mundial de Estados Unidos, a la que los países de la OTAN se ven arrastrados una y otra vez, desplazando los límites operativos de la alianza a escenarios completamente ajenos de aquellos defensivos para los que estaba diseñada. Suponiendo que se interviniera en Afganistán para perseguir el terrorismo islámico, esa operación no debió albergar la pretensión de introducir la civilización occidental en el ombligo de Asia. Lo que una vez resultó en Taiwán o en Corea del Sur, no ocurrirá siempre.

Pensar que los sustratos históricos sobre los que se asientan las civilizaciones islámicas se pueden someter a torsiones tan extremas como para lograr metamorfosis fulminantes en unos pocos años, quizá sea desconocer la verdadera índole del islam y de sus procesos históricos. En este sentido, lo que hemos contemplado estos días es la irrupción del principio de realidad. Falta preguntarnos de qué realidad, pues tengo la impresión de que tiene un sentido plural. Ante todo, que el presidente Ghani haya declarado que huyó para evitar una guerra civil, demuestra que no tenía la menor posibilidad de movilizar al Ejército afgano para detener a los talibanes. La cadena de mando, una de las formas más misteriosas de la fe, se quebró ante la primera sombra de los talibanes marchando hacia Kabul, pues ellos han sido siempre el ejército afgano real.

Aquí no hay excusa. Resulta angelical que Biden culpe de una vergonzosa evacuación al gobierno afgano. Sólo unos servicios de información basados en la mentira, algo poco probable, podían haber ignorado que todo se iba a diluir como un azucarillo. Que los gobiernos occidentales contaran con que el gobierno de Kabul resistiría heroicamente para que ellos pudieran evacuar cómodamente a su gente del país, no solo es ignorar las leyes de la naturaleza humana; es sencillamente confundir a Ghani con Errol Flynn. Que no hayan previsto este caos en el que se hunden miles de personas que han servido a los occidentales y que ahora temen por su vida, testimonia un desprecio que desvela una falta de convicción en la propia empresa civilizatoria que se decía llevar entre manos. En este sentido, la actitud de Suecia, que al parecer ha dejado en tierra a quienes la ayudaron a proteger a sus soldados, es sencillamente indigna. Descubre la actitud del que siempre creyó estar tratando con mercenarios.

Que los países que se presentan como los más avanzados del mundo no hayan podido ordenar una evacuación más solvente de Kabul, nos muestra que en realidad la civilización es una delgada superficie que cubre la pulsión inextirpable del sálvese quien pueda. La forma en que España se ha comportado, o le han dejado comportarse, revela también el principio de realidad, el peso de nuestro país a la hora de la verdad. Pero me temo que todas estas consideraciones sólo son consecuencia de otra realidad que irrumpe de forma inconfundible: los límites de la civilización occidental por convertirse en civilización universal han quedado explícitos. Da igual que esa idea universal sea la socialista o la capitalista. Ambas han fracasado en Afganistán mostrando que el mundo es un ‘pluriversum’ irreductible.

Lo que se derive de ahí no podemos adivinarlo por ahora. En el juego de poder que se desarrolla en Asia no podemos prever cuál será el papel de Pakistán, Rusia, China y Turquía. Pero algo podemos adivinar. Ghani decidió huir tan pronto tuvo noticia de la entrevista entre un alto representante de los talibanes, disciplinado y con mascarilla, y un ministro del Gobierno chino en el que éste se comprometía a ayudar al régimen nuevo y a moderar el rostro que asustó al mundo hace dos décadas. Que los portavoces talibanes hayan asegurado que el nuevo país no será la base de ningún grupo terrorista para atacar a otros países, puede ser garantía de que el nuevo emirato no apoyará la lucha de la minoría islámica china que hace frontera con Afganistán. Lo mismo puede pretender Rusia con Turkmenistán, Tayikistán y Uzbekistán. Turquía, que se ha ofrecido a administrar el aeropuerto de Kabul, tampoco olvida lo que fue una parte de su inmenso imperio. Que la moderación esté presidiendo los primeros días de transición tiene todo el aspecto de que se están cumpliendo algunos acuerdos, de los que posiblemente hayan participado de algún modo indirecto Estados Unidos.

Todos los actores, desde Hamas a Irán, se resitúan, desde luego. Pero lo que uno debe preguntarse es cómo es que Trump cerró un acuerdo de esta magnitud sin prever las consecuencias para Israel. ¿Y cómo lo ha mantenido Biden? Algo fundamental está cambiando en la política internacional, la única verdadera. Algo muy importante puede estar ocurriendo y quizá sea una señal de que Estados Unidos se repliega de sus aspiraciones de controlar Asia mediante un rosario de países amigos desde la toma de Kuwait, Bagdag y Afganistán. No será el reconocimiento del gran espacio asiático desde una política de líneas de no intervención, pero al menos puede reducir la tensión con Rusia y China al no asentar bases en un país fronterizo a ellos. Quizá esta realidad que asoma diga sencillamente: reducción de tensión.