El último día del mes de agosto es el escogido internacionalmente por entidades relacionadas con la lucha contra las drogas para sensibilizar y tomar conciencia del problema de la sobredosis. Tan solo en la primera década del siglo XXl, 70.000 personas murieron por su culpa en Europa. Un 3,5 % de las muertes en nuestro continente en edades entre 15 y 39 años están relacionadas con este drama. Aquellos que en los ochenta y en los noventa fuimos testigos de los ‘híper’ de la droga, de las huertas del menudeo, de jóvenes esclavos del azúcar marrón, de años de esclavitud y perdición, de dramas familiares, volvemos a sentir el escalofrío ante el repunte del consumo de heroína en muchos distritos de València.

Orriols, el barrio que me vio crecer, no lo reconozco. Los vecinos claman por la inseguridad, por la suciedad, peleas a machetazos… hasta los agentes sociales encargados de velar por el bienestar del vecindario aparcan los coches lejos de sus calles por falta de seguridad. Todos intuyen que buena parte de la culpa del deterioro del barrio es consecuencia del consumo y la adicción.

No es el único barrio; la asociación de vecinos de Malva-rosa denuncia repuntes del consumo de heroína y una deriva que ya se percibe en el entorno. Hoy son las calles de nuestros barrios marítimos donde se ha centrado la atención mediática en estas últimas semanas, ante la denuncia pública de la falta de seguridad de sus habitantes.

Los vecinos de Velluters atestiguan el aumento del tráfico de droga en sus calles y el macabro retorno de jeringuillas a los parques donde juegan sus hijos. Vecinos de Nazaret, de Benimaclet, del Cabanyal y de Patraix reviven también con alarma e inquietud unas imágenes, las del mundo de la heroína, que creían sepultada en el pasado, aunque la triste realidad parece apuntar a su macabro resurgir.

Aquellos que no estuvieron en las trincheras en las décadas del reinado de esta droga no atisban aún el sufrimiento de familias, de amigos, de vecinos y la degradación, sin excepción, de los barrios que trajo la droga. Volver a ese pasado es tarea prioritaria a evitar.

No tengo duda de que cualquiera de aquellos barrios devorados por la heroína merecería un monolito similar al que Joan Ribó ha instalado en la Plaza del Ayuntamiento en memoria de los movimientos sociales. Si alguien merece recuerdo son aquellos jóvenes, muchos adolescentes, casi niños, que no consiguieron, a pesar de los esfuerzos de familias y profesionales, salir de ese maldito mundo. Sirvan estas líneas de homenaje.