Este verano tuve la necesidad de investigar acerca de unos muros que diariamente veía de camino al trabajo. Su aspecto se me antojaba medieval y no erré en mi primera impresión, pues descubrí que son los muros de uno de los poblados que más tarde conformarían la capital de la Vall de la Valldigna.

Recorrer las carreteras y caminos valencianos con los ojos abiertos permite descubrir en cualquier cima, aldea o rincón ruinas olvidadas de nuestros orígenes. Procurar su conservación se entiende como una tarea necesaria a la vez que complicada dado nuestro inmenso y rico patrimonio 

Pero no hay absolución alguna ante intentos por forzar incorporaciones extrañas y ajenas a nuestra historia y personalidad, que revelan ignorancia cuando no desprecio a nuestra cultura. Es el caso, difícil de entender, del empecinamiento del equipo de Joan Ribó por levantar unos arcos chinos en el barrio de La Roqueta -no se sabe si como homenaje a la interculturalidad con Asia- unos arcos que han acabado derivando en ‘arquitos’.

La iniciativa se justifica desde el ayuntamiento por el apoyo popular, encauzado a través de un modelo participativo de apariencia democrática pero de más que dudosa legitimidad. Un puñado de votos, bien dirigidos, puede imponer un adefesio a los cientos de miles de ciudadanos de una gran capital. 

No sería descabellado que, con este pretendido modelo participativo de Ribó, los vecinos italianos -la primera comunidad extranjera en la ciudad- uniesen un puñado de votos y solicitasen la réplica del arco de Trajano. Que la segunda comunidad, la colombiana, sumase votos para erigir un cóndor, en algún punto estratégico que se aprobase por los empadronados rumanos -tercera comunidad más numerosa en València- una reproducción del castillo del temido y admirado Vlad Tepes o que los venezolanos, con población significativa, solicitasen algún emblema propio. ¿Y los pakistaníes? ¿No podrían también echar mano del modelo participativo? 

Un análisis sencillo permite observar aquellos barrios donde se ubican los más de cien mil nuevos vecinos de la capital, en los que el modelo de decisión participativa podría engendrar auténticos monstruos y tensionar a los vecinos. Quatre Carreres, Camins al Grau, Rascanya u Olivereta, por citar algunas de las zonas más significativas de la ciudad dadas las tasas de acogida, serían lugares idóneos para estos experimentos de asimilación cultural a la inversa del alcalde Ribó. 

Veremos si continúa el iluminado gobierno municipal en sus trece, con sus arcos chinos y descabelladas decisiones participativas, como si no hubiéramos tenido suficiente con los maceteros verdes pistacho y blanco de nuestra plaza principal.