En la novela ‘Las uvas de la ira’, los pequeños productores agrícolas son expulsados de sus tierras en Oklahoma. Los bancos han establecido nuevas condiciones de explotación del terreno. ¿Quién es el responsable directo de este abuso de poder? Sus consejos de administración, pero nadie en concreto.

Ahora que Isabel Celaá ha dejado el Ministerio de Educación, en el fraude del nuevo currículum tampoco resulta fácil conocer a los protagonistas de su degradación, quedando un tanto difuminada la responsabilidad de este engaño. Pero los supuestos expertos que han contribuido a articularlo siguen ahí para rematar (nunca mejor dicho) la obra iniciada. Estos pretendidos especialistas exhiben una serie de comportamientos y actitudes comunes, que se pueden articular en el siguiente modelo genérico de gestor educativo.

Como patrón general, este máximo responsable se presenta como técnico especializado en educación, por su larga trayectoria en altos puestos administrativos, aunque con escasa experiencia docente, lo que no le impide presumir de su condición de catedrático, aunque la haya adquirido ocupando un despacho. Este directivo normalmente posee amplia experiencia en el arte del ‘ordeno y mando’, decretando arbitrariamente disposiciones académicas sin ninguna evidencia empírica que las avale y en contra de lo que emana de la investigación educativa acerca de los efectos dañinos que pueden provocar en la formación del alumnado. Además, se atribuye una autoridad fuera de duda derivada de su conocimiento del currículum y de su experiencia adquirida en la evaluación/promoción de curso. Esta sabiduría profunda le faculta a adoptar una actitud despótica, imponiendo dogmas metodológicos que el profesorado debe acatar ciegamente.

Este alto cargo posee su periodista de cabecera que ha puesto a su servicio un periódico de ámbito nacional. Con esta prerrogativa consigue entrevistas, noticias recurrentemente destacadas e incluso editoriales en los que se anuncia felizmente cómo la ‘nueva’ pedagogía vencerá. Pero en su intento de justificación, oculta que su actuación se corresponde a remotas propuestas formuladas a principios del siglo XX, que han fracasado reiteradamente en sus distintos intentos de aplicación. En su devaluación de las distintas materias, conmina a la potenciación del aprendizaje autónomo del alumnado (el profesorado ya no debe impartir conocimiento) y centra la acción formativa de los estudiantes en el desarrollo de capacidades generales (habilidades o destrezas), pero disociadas de contenidos disciplinares específicos, que es donde efectivamente se pueden impulsar. Todo ello lo materializa en la fusión de asignaturas (ámbitos) que se organizan en torno a proyectos.

Estas presuntas innovaciones las plantea como alternativa a la existencia, a su juicio, de un generalizado aprendizaje memorístico sobre contenidos enciclopédicos. Mediante este eslogan, hace un análisis distorsionado y tremendamente simplificador de la realidad escolar actual, lo que le permite presentar su solución mágica, que pretendidamente va a resolver todos los problemas de nuestro sistema educativo. Con este dictamen superficial, así como con su promesa milagrosa asociada, no sólo falta al respeto del profesorado, sino que estafa al alumnado, confunde a sus familias y enreda a la sociedad. Como apoyo de su doctrina, dice poseer datos, obtenidos en estudios propios, que avalan su diagnóstico, pero nadie conoce el contenido de estos trabajos ni cómo se han diseñado y realizado, sin que al parecer se hayan sometido a la normal revisión crítica de una revista científica que los haya podido publicar (o no).

Finalmente, destacar que sus consignas de pensamiento único se pregonan por los acólitos agradecidos y acríticos que este responsable educativo ha ido colocando en distintos cargos intermedios. Incluso, en algunos casos, estos seguidores colaboran vergonzosamente en la descalificación del profesorado que se muestra crítico. Los conceptos que manejan les parecen irrefutables, ya que tanto él mismo como sus adeptos se proclaman progresistas, defensores a ultranza de la escuela pública. Sin embargo, sorprende que su visión esté asociada a planteamientos de corte neoliberal, concretados en documentos de la OCDE y del Banco Mundial.

Como contrapunto a esta conducta, la mejora necesaria de la enseñanza sólo vendrá de un cambio de actitud que pase de la imposición autoritaria al diálogo constructivo, potenciando el prestigio del profesorado y profundizando en su formación reflexiva como auténtico especialista, reduciendo además la ratio y revisando seriamente el currículum, en consonancia con marcos teóricos de probada solvencia educativa, contando siempre con los encargados de desarrollarlo.