“Batalla entre el olvido, la supervivencia y la esperanza”, es la reflexión que resume todo lo que se observa en el espacio natural ¿protegido? de la Albufera. “Lanzar un mensaje de concienciación” es lo que declara como objetivo el artista plástico ontiñentino Dulk (Antonio Segura Donat) con sus estremecedores murales e instalaciones en el Centre del Carme Cultura Contemporània de Valencia.

¡Sólo el uno por ciento de l’Albufera es reserva natural! De los veintitrés con noventa y cuatro kilómetros cuadrados de superficie, ¡el uno por ciento! El resto, ¡negocio de caza! y doscientos veintitrés kilómetros cuadrados de arrozales circundantes

Minúsculo reducto que también es profanado directa o indirectamente. Dulk plasma esa mínima porción acogida a una denominación que tendría que salvaguardarla. “Un oasis con alegorías al paso del tiempo, la memoria, la vida y la muerte en forma de libros, calaveras y relojes de arena”. Preludio trágico de un entorno digno de ser reverenciado. Despreocupación, crimen, explotación, silencio y corrupción durante muchas décadas dan por resultado una necrópolis medioambiental que, por mucho que se trate de vender como postal multicolor, es realmente un paraje donde la muerte habita en lodos infectos y en la escasez de nauseabundas aguas producto de la manipulación humana.

¿A quién le gustaría saber que su cabeza porta una diana a la que apuntar? Pues así ha reflejado Dulk el asesinato constante de cuantas especies habitan, o aún logran descansar, en l’Albufera, si no les pegan un tiro furtivo. Dianas en verde, amarillo y naranja. Ningún animal, planta o elemento de l’Albufera es valorado ¿a qué disimular? Se ha normalizado la pachorra y el comentario de:¡Ya nacerán más! ¡ya brotaran otras! ¡ya surgirán nuevas alternativas!

“Un hogar surrealista en el mundo de las aves” donde ejemplares monstruosamente mutados logran sobrevivir entre la ponzoña generada por herbicidas, insecticidas y toda clase de productos químicos. A finales de los años setenta del pasado siglo veinte un diario venezolano llamado El Nacional informaba que: “Millones de grillos invadieron la ciudad de Valle de la Pascual. Los especialistas enviados por el gobierno indicaron que la insólita invasión fue provocada “probablemente” por un desequilibrio ecológico causado por el uso indiscriminado de insecticidas y otros tipos de venenos que dieron muerte a los animales que normalmente se alimentan con los grillos”, recoge el escritor Martin Walker en su libro Hechos insólitos.

¿Cuándo se adecuaran firmemente normativa y legislaciones para salvaguardar el planeta?

¿Lo permitiría el Banco Mundial?

Acaparamiento de tierras de cultivo y agua es la estrategia de banqueros e inversionistas. Iniciativas agroindustriales que desde su territorio favorito: África con su ambicionado oro verde, acometen barbaridades en territorios de cultivo con metástasis galopante en países como Argentina o España. Neocolonialismo, maximizar ganancias caiga quien caiga, cazar tierras de cultivo como primordial jugada financiera. ¿Por qué se transmite como envidiables los perfiles de magnates de la destrucción planetaria con sus aviones y yates privados?

Fumigación aérea, fertilizantes y pesticidas matan y enferman pero las iniciativas agroindustriales saben dónde y cómo han de pulsar para salir airosas, tal es el caso del pago de una prima de seguro contra riesgos políticos y disturbios civiles. Blindaje para la destrucción. ¿Quién cobra esas cantidades en España? ¿Existe algo así, a escala local, tras la sentencia a muerte de l’Albufera o la del Mar Menor?

Sonido de agua y chapoteo de aves rompen el silencio sepulcral que provoca la visita a Dulk rondalla del fang. Experiencia sensorial completa en clave de típico cuento valenciano. ¿Por qué la paz que transmiten los sonidos de un paraje natural ha de ser rajada por disparos, maquinarias y vocerío? ¿Tan necesario es aprovecharse hasta su acabamiento de los bienes del planeta?

Paredes completamente decoradas con escenas de l’Albufera confiesan el encubierto ecocidio que se viene llevando a cabo desde tiempo atrás y que artículos informativos soslayan o disfrazan, mientras charlas activistas reivindicativas no pasan de ser un susurro perdido que no logra traspasar el fortín de los despachos. ¿A qué espera el consistorio capitalino, Generalitat y demás poderes para vetar cualquier actividad perniciosa en l’Albufera? ¿A qué esperan los ayuntamientos lindantes para prohibir y perseguir actividades cinegéticas vendidas al mejor postor y otras ilegales? La oscuridad camina rápido y el fin de valiosos ecosistemas cercanos son la prueba de una crónica ineptitud, egoísta y criminal que pasa de generación en generación, de gobierno en gobierno como si tal cosa. Debacle ambiental pintada en murales sobrecogedores acompañados por el bufar del viento. Pero durante algunos segundos la esperanza atrapa al público que visita la sala número dos en el primer piso de la sede del Consorci de Museus de la Comunitat Valenciana, al contemplar la luna llena y las garzas volando ante ella.

Anguila, cangrejo de pinza azul, chorlitejo, calamón, el endémico samaruc, pato colorado, flamenco y aves que migran hacia África o al sur de la península habitan o descansan en l’Albufera. ¿Sólo el arte las defiende? Peces, nidos. Todo destruido. Distópica visión tras una aberración cometida, soportada y silenciada. ¿Y aún nos preguntamos cómo se ha llegado a esto? ¿Por qué a nadie le interesa ser el Pepito Grillo que zarandea conciencias?

Lugares afectados por desastres ambientales han dejado de ser dramáticos y terroríficos para convertirse en turísticos. Ya no es suficiente la palmera con la playa idílica y el cóctel con sombrillita. Ahora el folleto publicitario para un tremendo paquete vacacional ha de plasmar imágenes de ciudades derruidas, bosques quemados, mares en regresión, arrecifes coralinos muertos y otras espeluznantes realidades padecidas por ecosistemas del planeta antes llenos de vida. Tanatoturismo que va más allá de los numerosos cementerios que sitúan a España a la cabeza de países con camposantos y que ya tienen sus programas de visitas.

“En términos globales, las tierras puestas en cultivo en la Albufera se duplican con creces entre los años 1747 a 167” se lee en Arroz y paludismo, estudio realizado por Enric Mateu.Tortosa doctor en Ciencias Económicas. Si a partir del siglo dieciocho la Iglesia se convirtió en acaparadora de territorio arrocero valenciano, ¿ahora qué?

Desastre, tristeza y hasta hedor se perciben al entrar en la sobrecogedora segunda sala expositiva creada por Dulk. Del techo pende una red llena de residuos plásticos, la toxicidad se mete por los ojos. Un pez con la cabeza dentro de una lata de refresco, mascarillas en troncos, guantes de plástico flotando y asfixiando a peces, la anguila convertida en algo propio de la imaginación del escritor estadounidense Howard Philips Lovecraft, maestro del terror inconcebible. Cornamenta de cérvido en cabezas de peces y el apéndice de un unicornio surgiendo del cráneo de un ave, también del flamenco que busca alimento metiendo la cabeza en una pútrida charca parduzca rodeada por arena de la Albufera y piedras extraídas para poder cultivar el terreno. ¡Desastre sistémico!

¿L’Albufera convertida en estrella de blogs de viajes oscuros, tan en tendencia, como solución?

¡No a la muerte de l’Albufera! ¿Dejar pasar el tiempo sigilosamente hasta el colapso sin retorno, la “desaparición en silencio”, de otro paraje natural indispensable, inigualable? ¿Naturaleza, esclava ideal? Sí. Pero cuando la naturaleza revienta ningún delirio humano tiene poder.

“No me avergonzaría de tener un mono como antepasado, pero sí me avergonzaría de estar emparentado con un hombre que utiliza grandes dones para ocultar la verdad”, fueron las palabras del biólogo y filósofo británico Thomas Henry Huxley.