La sociedad valenciana es sensible al sufrimiento ajeno. Esa sensibilidad crece cuando se nos presentan dramas humanos como el de las familias que huyen de guerras y genocidios.

Muchos valencianos tienen presente, porque lo vivieron o porque se lo contaron sus mayores, el dolor de los que no pudieron huir de las tropas de Franco en ese último barco o el espectáculo cruel de campos de refugiados como el de la playa de Argelès, en la vecina Francia. 

España ha acogido a 320 familias afganas y València ha recibido a varias de ellas, en total, casi un centenar de personas. Su destino en su propio país era sombrío. Desde su llegada no faltaron las muestras de solidaridad espontánea de los vecinos: ropa, comida, enseres… 

Tampoco tardaron en llegar los discursos de los políticos. Los primeros en ofrecerse, como no podía ser de otro modo, fueron la vicepresidenta Mónica Oltra y Joan Ribó. Oltra aprovechó para recordarnos su visita a los campos de refugiados sirios años atrás en Grecia y mostró su preocupación por las niñas y adolescentes afganas.

Parece lejana aquella visita de Oltra, en 2016, como también la que efectuó meses antes a Madrid para solicitar al presidente Mariano Rajoy esfuerzos en la acogida. Sus gestiones le valieron muchos titulares entonces. En los años siguientes poco más se volvió a saber de aquellos refugiados que también huían de un conflicto armado.  

Dos años más tarde volvimos a escuchar el discurso de la solidaridad con los refugiados a cuenta del buque Aquarius y su atraque en València. Tras tres años de apagón, hoy sabemos que de aquellas 630 personas solo una cincuentena logró el prometido estatus de refugiado.

Ninguno de nuestros políticos ha vuelto a visitar los exiliados en Jordania, Líbano o Turquía. Hoy nadie va a Madrid para exigir solidaridad a Pedro Sánchez. Como mucho se le manda una carta. Hoy ya no se manifiestan nuestros líderes para exigir al ministro del Interior el cierre del CIE y envían, si acaso, a segundones para ese menester. Hoy, Ribó, Oltra y Joan Baldoví prefieren centrar sus esfuerzos en criticar la sátira fallera.

La solidaridad con los que huyen de la guerra y la persecución no debería ser motivo de alarde ni carne de titular. Que hay mucha política de palabrería en relación con los inmigrantes lo resume el dato de que la mitad de quienes duermen al raso en nuestras calles son extranjeros. Las pancartas de bienvenida dan un bonito titular, nada más que eso. El compromiso y la verdadera solidaridad son otra cosa.