Síguenos en redes sociales:

Mi querido profesor

Conocí a Miguel Calatayud allá por los inicios de los años setenta. Miguel nos daba las clases de la asignatura de dibujo en el instituto Benlliure, un centro casi recién estrenado, obra del arquitecto Miguel Fisac, aunque según dice, a raíz de su imperfecta y desastrosa realización el arquitecto manchego acabó renegando de su autoría. El Benlliure como centro docente, donde habíamos ido a parar alumnos de diversas procedencias, colegios privados, religiosos, públicos, se distinguía por un profesorado bastante joven y por qué no, de talante moderadamente progresista. Recuerdo, entre otros, a Arcadio López-Casanovas y sus clases de lengua y literatura, entre Garcilaso, san Juan de la Cruz y Miguel Hernández; a Pepe Aibar, pionero de la crítica cinematográfica en València que nos ilustraba con las canciones de Jacques Brel en las clases de francés. O las de religión, donde aprendimos una versión autóctona del conocido villancico ‘Jingle Bells’, adaptación que hubiera firmado el mismísimo Pompeu Fabra. También recuerdo una divertida presentación del poemario ‘Carn fresca’ con algunos de los protagonistas y las primeras inquietudes valencianistas. Hasta conseguimos que nos dejaran ilustrar las paredes de las clases, donde guiado por mi pasión serratista colgué el póster del poeta Miguel Hernández que se había publicado en la revista ‘El gran musical’ con motivo de la salida del álbum dedicado al poeta de Orihuela. El cartel no tardó mucho tiempo en desaparecer de las paredes requisado por alguno de los alumnos que estudiaban el bachillerato nocturno en el centro, un alumnado en aquellos tiempos sin duda mucho más combativo e inquieto que el del turno de mañana.

Miguel Calatayud formaba parte de esta atmosfera de renovación y modernidad que se comenzaba a respirar en las aulas. Además, era uno de los profesores más jóvenes y atractivos del instituto, lo que le daba un plus sobre los otros docentes. Con el paso de los años nos fuimos reencontrando en diferentes momentos, lejanos ya los tiempos escolares, en exposiciones , presentaciones de libros, etcétera. Sus portadas para la ‘Cartelera Turia’ nos hacían más ilustrados cada semana. Después, sus carteles para la Feria de Julio, festivales de jazz, ‘fires del llibre’, campañas municipales, etcétera, que con la democratización de las instituciones comenzaron a germinar. Ahora, Miguel acaba de publicar un libro; esta vez no se trata de un álbum ni un cuento por él ilustrado, sino de un libro en formato de entrevista titulado ‘Miguel Calatayud. Conversaciones con Carlos Pérez’ y el añadido de ‘Constancia de imágenes y pesquisas’, en el que recorre su vida y trayectoria creativa. La responsable de la edición es la editorial gallega Kalandraka, toda una institución en el libro ilustrado y literatura infantil en este país. Para este proyecto, Miguel ha elegido como interlocutor a Carlos Pérez, investigador y conservador en centros como el IVAM, el MuVIM o el Reina Sofía, fallecido en el año 2013 y con el compartió amistad, querencias artísticas y aventuras creativas. Sin duda, nadie mejor que Carlos Pérez, ahora en la voz y la memoria de Miguel, para realizar ese tránsito por la vida y la obra del dibujante, las inquietudes y batallas de un ilustrador, y, por encima de todo, uno de los grandes tejedores de imágenes desde hace más de medio siglo de este país.

Aunque la memoria acaba siendo bastante voluble y caprichosamente selectiva, recuerdo aquellas clases de dibujo del instituto Benlliure donde Miguel Calatayud nos instruía en la cultura del cómic y nos descubría nombres como Heinz Edelmann, el creador de los dibujos de la película ‘El submarino amarillo’, ese gran manifiesto pop de la cultura y década de los sesenta. Años después, como señala en el libro, Miguel tendría el placer de conocerlo con motivo de la Expo 92 de Sevilla, para la que Edelmann creó su popular mascota, el pájaro Curro. En otro momento del libro aparece la cuestión o dilema de pintura frente a ilustración o lo que es lo mismo: «¿Puede el ilustrador aspirar a ejercer de pintor ?», le pregunta Carlos Pérez. Miguel recuerda algunas anécdotas en las que se ha visto envuelto a propósito de este tema y el desdén o poca valoración frente a la figura del ‘artista’.

No sé si hoy en día las cosas han cambiado mucho. Tengo la sensación de que la figura del ilustrador sigue teniendo para muchos un estatus o condición de secundario cuando no de decorativo, a pesar de los premios y reconocimientos oficiales en ese gran escaparate llamado las Bellas Artes. Una valoración sin duda injusta cuando repasamos el trabajo de un creador como Miguel Calatayud desde sus primeros dibujos a finales de los años sesenta en la revista ‘Trinca’, la construcción de un universo iconográfico propio, reconocible y original donde ha conseguido fundir, intercambiar y transgredir las formas y acentos de las vanguardias, del cubismo al pop y la tradición gráfica popular. Un trabajo, como indica el título del libro, hecho, sin duda, de constancia de imágenes y pesquisas.

Pulsa para ver más contenido para ti