A no pocos iniciados en los misterios filosóficos debe resultarles llamativo el encabezado de la presente tribuna; esto es así porque la cuestión sobre la universalidad de los valores es una de las más discutidas en ética, que como todo el mundo debería saber, es una de las partes de la filosofía: la denominada filosofía moral o práctica.

No obstante, esas dudas deberían haberse disipado en cuanto hemos sugerido que se trata de una cuestión muy discutida, esto es, que plantea problemas que requieren de enfoques racionales para su solución, o como mínimo, una progresiva disolución.

Casi todo el mundo con una -como diría Russell- pátina filosófica, coincidirá en que a veces esos enfoques abren nuevas vías de discusión, y ese trabajoso discurrir nos va acercando, siquiera tangencialmente, a algún equilibrio precario, a una situación parcialmente estable cuyo punto focal mejore nuestra visión de los fines que se suponen deseables para mantener cualquier organización social que tenga ánimo de permanecer y prosperar.

Pero creo que casi todos coincidirán también en que las variables, las aristas, las situaciones imprevisibles, surgen de suyo en todos los ámbitos del ethos humano, y eso muestra precisamente lo inacabable -y lo indispensable- de la tarea ética.

Viene esto al caso porque también se discute sobre si ese desempeño racional debe o no formar parte de los planes de estudio, de manera que nuestros adolescentes -futuros ciudadanos-, se vean pertrechados para llevar a cabo tales tareas en un mundo abierto y desconocido, fértil en desafíos y problemáticas.

La respuesta de (todas) las administraciones educativas estatales hasta el momento presente ha sido que no, que ese es un saber distractor, inútil, y que lo esencial de ese saber -que según estas son los valores-, es algo que se aprende vivencial o transversalmente, según el uso, y que no vale la pena poner a los adolescentes a reflexionar sobre cosas de enjundia similar al sexo de los ángeles.

Ignoran, pobres diablos, que precisamente el aprendizaje vivencial se halla sometido a veces a ominosos designios. Sin necesidad de acudir a los consabidos ejemplos de la esclavitud o el nazismo, marcos morales en los que la inercia “vivencial” acabó por mostrarse como sustrato y a la vez desencadenante de hechos atroces, podríamos señalar que en las cazas de brujas de las más diversas épocas, la presión de grupo y la espiral de silencio, se sustentaban en un contexto en el que las voces críticas eran arrolladas por las olas de asentimiento y conformismo, y en las que era natural pensar “como todo el mundo”, y que resultaba sospechoso -cuando no funesto-  plantear opiniones heterodoxas.

Hannah Arendt señaló con soberbia fineza que el totalitarismo buscaba no tanto la dominación despótica sobre los seres humanos, como un sistema en el que estos fueran superfluos. Hoy día no cabe plantearse si los totalitarismos operan bajo esa misma égida, sino si nuestras cada vez menos deliberativas democracias no se conducen, por la vía de la banalidad y la inconsciencia, por esos mismos derroteros: el populismo, el frentismo y la polarización, la posverdad y el cortoplacismo -no pocas veces acompañado de un alarmismo imprudente- han convertido a nuestras sociedades en un continuo ir y venir de olas irreflexivas que arrasan con la antaño deseable necesidad de equilibrio. 

En el orden educativo, la administración central busca delegar en las autonómicas la responsabilidad para que ellas mismas tomen una decisión sobre la impartición de estos saberes. No deberíamos preocuparnos demasiado en la Comunidad Valenciana, pues la actual Conselleria ha cumplido hasta ahora con sus compromisos en lo que respecta al ámbito de la enseñanza filosófica; pero es ya noticia que en algunas comunidades estas disciplinas se verán reducidas a la mínima expresión, cuando no directamente abocadas a la desaparición.

Por eso, es nuestra aspiración a la universalidad la que nos mueve a exigir para todo el ámbito de la ciudadanía de este país una formación en la reflexión crítica sobre asuntos morales, esto es, una ética. Se necesita un espacio de serenidad reflexiva en las aulas de toda nuestra comunidad política, con independencia de la ideología que profesen los representantes de cada Gobierno regional.

Para ello, haremos oír nuestra voz el próximo día 18 en Madrid, con ocasión de la manifestación en la que exigiremos que el Estado cree las condiciones de posibilidad para el alcance de una autonomía moral del alumnado merced al ejercicio de una reflexión ética tan necesaria en tiempos de inestabilidad e incertidumbre.