Ya se respira ambiente navideño. No obstante, parece que éste aún no ha calado en diversos colectivos que se empecinan en seguir respondiendo egoístamente, como ‘ombligocéntricos’. Parece un problema, más que de formación, de educación. Y me referiré a algunos casos nada más, pues no se trata de agregar tristezas a las que la vida ya nos trae sin que las hayamos pedido por favor.

Hace ya mucho tiempo que logré entender que tener formación académica no aseguraba tener un buen nivel educativo. No es porque las instituciones educativas fallen, que a veces también lo hacen. Es porque la educación es producto de la acción convergente de las familias y las escuelas, como contextos inmediatos, y de la sociedad como contexto mediato. La verdad es que esos contextos, a lo largo de la vida se van complementando con los que cada uno se encuentra y elige libremente. Pueden ser los amigos, asociaciones, los compañeros de profesión, o simplemente, colegas de ocio. Todos, con sus opiniones, actitudes y, sobre todo, sus hechos, van ayudando a moldear nuestra visión y forma de afrontar la vida. Porque todos somos, al final, resultado de un modelamiento social en el que la clave está en que todos somos referencias o ejemplos para los demás.

En esta situación, obviamente, los ejemplos que mayor impacto tienen son los que pueden ser valorados por cada uno de nosotros como ‘ejemplares’ y, en especial, los que se potencian por los medios de comunicación. En ese coctel de humanidades, cada uno se siente –consciente o inconscientemente- más o menos influido por unos u otros. Por eso, al final, lo importante es analizar quienes tienen la posibilidad para influir en los demás, que no necesariamente se identifica con capacidad, competencia o virtud.

Estamos pasando un año más de incertidumbres, tristezas y penurias, aderezadas con alguna que otra alegría y, por qué no decirlo, generalmente, con optimismo, basado en España en un importante ejemplo de resignación social, de respeto a las normas y a los que oficialmente parece que saben más acerca de los males que nos ocupan: sanitarios, meteorólogos… ¡incluso, últimamente, vulcanólogos y geólogos!

Lo cierto es que hemos aprendido de muchos temas, por sufrir estas desdichas (¡no hay mal que por bien no venga!) pero el coste del aprendizaje está siendo demasiado alto, en pérdidas de vidas, problemas económicos, desconcierto acerca de si la tierra se seguirá enfadando y nos echará definitivamente de aquí, como especie invasora y destructora que somos ¿Seremos capaces de revertir el daño realizado en sólo unos pocos años de historia en los que la humanidad ha demostrado su enorme competencia para destrozar todo lo que la naturaleza crea con exquisitez para ofrecernos un mundo habitable?

Parece que se está invirtiendo mucho dinero por parte de los que pueden, tienen y quieren, en pensar cómo ‘terraformar’ Marte. Es casi como un adelanto para la profecía auto-cumplida: tendrá que colonizarse Marte, porque habremos hecho un asco la Tierra y nos tirará con algún cataclismo definitivo que nos borre de su faz. O nos destruiremos nosotros sin ayuda de nadie. Algunos, poderosos colonizadores por supuesto, podrán ir a otro planeta a repetir la historia.

Mientras tanto, aquí seguimos, escuchando cómo se insultan en el parlamento español, se pegan dentro de los partidos a causa de sus ansias de poder y el tamaño de sus egos, los políticos se quejan de las resoluciones judiciales y, por si no fuera suficiente, tenemos a los anti vacunas destrozando medio mundo, despreciando a los científicos que, aunque no lo sepan todo y sigan investigando, saben más que los demás de virus y otras enfermedades.

Se sigue maltratando la educación. Es como el fútbol: todos saben y hablan de ella. Y maestras y maestros siguen en ocasiones teniendo que aguantar a padres e hijos maleducados (pónganles las vocales de género que quieran…) y asumiendo que, de momento, todo sigue igual ¿Despediremos el año, como lo recibimos? ¡No! Peor. Teníamos incertidumbre y esperanza. Ahora la incertidumbre sigue con la anunciada sexta ola y la esperanza está en crisis, porque la tierra ruge y tiembla; los políticos siguen en sus broncas amparadas por mentiras cada vez más flagrantes y no se observa que pueda aparecer un partido redentor, al menos en nuestro país, que basado en la sensatez, sea capaz de contagiarla, sin extremismos y sin crear exclusiones ni odios.

En fin ¡se acerca la Navidad! Y creo que a estas alturas solo cabe, tras hacer balance, desear lo mejor para todos (con todas las vocales, por supuesto) y aprovechar el espíritu de bondad que parece que se promueve con la Navidad para retomar un poco de halo de esperanza y poder ver a los otros como personas que, como nosotros, también sufren, merecen nuestro aprecio, respeto y admiración por seguir aquí luchando por defender una vida mejor, sea para sus familias o para la sociedad en general. A todos los que se comprometen por el bien común, desde cualquier actividad y posición social, desde la ciencia, la sanidad, la educación y la política honesta, desde estas líneas, por supuesto, Feliz Navidad y que el 2022 sea el inicio de los mejores años que nos queden por vivir.