Los partidos políticos viven en crisis y aun cuando creen atravesar tiempos de paz siguen en crisis. La crisis es algo inherente al partido político y si es así, es porque lo es al ser humano, que es quien conforma, construye y dirige dichas formaciones. Es cierto que las crisis pueden tener diversa naturaleza, unas las provocan acontecimientos que surgen en el exterior y no en el núcleo del partido y hay que resolverlas atendiendo a su envergadura, analizando sus consecuencias y dirimiendo lo que nace desde la controversia y el desacuerdo. Luego están las crisis interiores, esas que laten en el núcleo del corazón del partido y que en muchas de sus ocasiones tienen que ver con la bicefalia, que desde tiempos remotos se representa en las gárgolas a través de seres casi monstruosos que pueden llegar a tener hasta tres, cuatro, cinco y seis caras.

Basta recordar las palabras de Dante en su Infierno: «Allí mi mente se quedó perpleja/ pues tenía tres caras en la testa/ Una delante y esa era bermeja/ las otras dos uníanse con esta/ por cima de una y otra paletilla/ y se juntaban en la misma cresta».

La bicefalia o bicebicebicefalia es un problema que también es inherente a los partidos políticos, que al estar compuestos por hombres y mujeres de carne y hueso heredan y representan las virtudes y no virtudes de estos seres que en ocasiones se consideran dioses, únicos y salvadores, y con un tridente entre sus manos quieren acabar con todo aquel que ose interrumpir o envenenar su mandato.

Lo vemos a diario en todas las formaciones políticas. La bicefalia caníbal que se muerde en público sin ningún respeto y haciendo gala cada cual de su poder y razones para conseguir que el mordisco sea lo suficientemente profundo y ruidoso y si hay sangre mejor que mejor, porque eso quiere decir que la herida supura y tarda en cerrarse y al igual que la cornada de un toro en el rostro se ve cada mañana y es dolorosa, sobre todo en el recuerdo. También hay bicefalias que son como ríos enterrados que van cobrando fuerza y cuando alcanzan la superficie arrasan todo lo que a su paso encuentran y son implacables y se vuelven destructores, porque los años en la parte crítica y oscura los han convertido en sagaces analistas que esperan el momento oportuno para saltar, desterrar y ocupar.

Y una vez convertidos en los nuevos jefes repiten todos los errores de sus predecesores y así una nueva bicefalia de río enterrado va cobrando fuerza. Hay tantas bicefalias como partidos políticos e incluso existe una en la que las dos caras no se reconocen ni escuchan, porque representan mundos y estadios diferentes. Una cabeza gobierna; la otra deambula forjando fórmulas que le acerquen al poder que le fue arrebatado bruscamente y en mitad de esa niebla que genera la bicefalia de mirar cada uno hacia un lado y en direcciones opuestas.