El último artículo del año tiene gusto a putxero amb pilotes del dia de Navidad. Ese putxero que desde las primeras horas de la mañana comienza a hervir señalando el día y la mesa familiar ahora bajo sospecha y entrada restringida a causa de la pandemia. A la vuelta de la esquina el nuevo año aguarda su llegada mientras volvemos a escuchar esas canciones de navidad que con el paso del tiempo cada vez nos parecen más tristes, aunque las cante Frank Sinatra o Michael Bublé. En el correo electrónico y en el móvil se van acumulando los buenos deseos para el nuevo año de amigos y conocidos. Hubo un tiempo -ahora recuerdo dulce- en el que estoy viendo a mi padre rellenando y escribiendo pacientemente las tarjetas navideñas que después se depositaban en el buzón, esos artefactos que han pasado a ser objetos de ornamentación urbana, haciendo viajar la navidad bañada de imágenes de paisajes nevados y figuritas de angelitos de gusto kitsch de un lado a otro del país. El último artículo del año también tiene gusto a listas y encuestas con lo más destacado del año. Los que nos dejaron y las cosas que quedaron. Un año más. Leo que el Ibex se tambalea en la bolsa por culpa del nuevo huésped, Monsieur Ómicron, y nosotros, con paciencia estoica, esperamos cada recibo de la luz como un nuevo récord Guinness. Mi ordenador me anuncia error con un misterioso y largo cifrado que parece las siglas de un espía de la guerra fría salido de la imaginación de John Le Carré. Echo mano de todos los tutoriales que circulan por Internet con los más variados acentos. Desisto cuando llego al video número cinco sin haber descifrado al misterioso error. Dicen que la policía municipal ha puesto diariamente cerca de 100 multas diarias en estas últimas semanas a los patinetes insurrectos que circulan por las calles de València. Un repartidor de Glovo ha estado a punto de llevarme por la calle de Alcalá- o directamente a La Fe- sin la falda almidoná ni los nardos apoyados a la cadera que cantaba Celia Gámez en la revista musical Las Leandras. Por las urgencias con que circulaba el hombre-bulto, pienso que igual se le enfriaba el confit de pato que llevaba para entregar a domicilio.

Tengo cita con mi gestor del banco. La entrada de la sucursal bancaria parece una nueva toma de la Bastilla con el personal amotinado en las puertas de la entidad. Leo que la banca discrimina a la población de más edad. Lo señalan como el nuevo apartheid on-line de la tercera edad. Me temo de un momento a otro la entrada a la sucursal de un grupo de pensionistas airados pidiendo la cabeza del director del banco al grito de «No, nos moverá, la banca digital». Salgo de la oficina del banco que todavía sigue milagrosamente en pie y sus cajeros automáticos intactos y me acerco a la carnicería del barrio a encargar la cena de Nochebuena. No sé si todavía la gente sigue cantando villancicos en Nochebuena y los peces en el río siguen bebiendo y volviendo a beber. La llegada de la televisión a los hogares instauró nuevos usos y costumbres navideñas y de paso nos dejó en blanco y negro a Raphael cantando aquel ropo-pom-pón, ropo-pom-pón pón interminable mientras iba camino de Belén con su pobre tambor como único presente. Ahora que Serrat ha anunciado su retirada de las escenarios con gira y cartel de sold out para el año que viene, no hay noticias de momento de que Raphael quiera seguir su camino. Aznavour hizo su último concierto un mes antes de morir a los 94 años. No sé si la longevidad escénica de Raphael será equiparable a la del cantante franco-armenio. He asistido a varios conciertos de Raphael y debo reconocer que no he conocido público tan entregado y devoto como el que tiene el cantante de Linares. Por unos momentos no sabía si estaba en un concierto musical o en un bautismo multitudinario de la Iglesia Pentecostal.

Entre las últimas noticias del año- que leo con satisfacción- el rescate por parte de la policía de unos pobres loros que iban a ser cocinados en un restaurante de comida asiática, me imagino que como exquisito manjar navideño de estos días tan señalados. El año termina y vuelve a comenzar y en la vida, por lo que se ve, hay para todos los gustos.