En la próxima eliminatoria de Copa el Valencia irá a por su semifinal número 35 en 102 años. Eso significa que una vez cada tres años, Mestalla llega a la antesala de una final por un título. La Copa siempre vuelve, titulábamos el lunes. Siempre. Es el torneo por excelencia de este club, cada buena época histórica ha venido precedida del primer escalón copero. En el 42, en el 67, en el 79, en el 99. También en el cohete que iba a propulsarse desde 2019, pero que desmantelaron, pieza a pieza, todas mal vendidas y recicladas por (ex?) rivales directos. La Copa ha sido siempre la manera con la que el valencianismo ha aprendido a incordiar, agazapado en esa frontera difusa de ser un equipo fuerte entre humildes y que jamás podrá derribar la hegemonía de Madrid y Barça, aunque de vez en cuando los mande a la lona.

La Copa es nuestro salvoconducto, el pasaporte rebelde. El club sin excusas literarias que asume como propios los motes externos, desde merengots hasta xotos, también se tatuó con orgullo el apelativo «bronco y copero» con el que la prensa madrileña se burlaba de la tosquedad de un equipo que solo podía aspirar a un torneo de formato corto como la Copa. Y así fue, y sigue, desde el Nodo al metaverso. Desde aquella burla a este rechazo, el de Peter Lim por una competición que no ofrece un retorno económico sustancial por más que reactive emocionalmente a todo un pueblo, que exhibe su fortaleza en estampas que nos atrapan para siempre. En los desplazamientos en masa a la final, en el recibimiento en los balcones, en la fiesta final de Mestalla. La historia de la pasión de Lim por el fútbol, nos confesaron en privado sus emisarios, viene de la admiración al Manchester United de los 90. Así es como el fichaje del nuevo político laborista Gary Neville tenía como objetivo personal del magnate (nos dijeron) «transportar a Mestalla toda la autenticidad de Old Trafford», con Neville como el líder «más preparado para ser el nuevo Alex Ferguson». Resultado del experimento aparte, el reflejo en el espejo Premier debería haber trasladado otro apostolado: el respeto a la comunidad en la que arraiga un club y la consideración de la Copa como el torneo más popular.

La Copa, la ganada con 8 valencianos y 3 vascos en el 54 al Barça, la conquistada contra el mismo ilustre rival con asistencias de Gayà y Soler. La Copa de Mario, llenando Madrid de senyeras en plena transición. La Copa que le debemos a Hugo Duro, como aquella Liga que le devolvimos a tiempo a Djukic. La Copa con ocho alegrías y diez finales perdidas, entre estadios malditos, arbitrajes polémicos y diluvios bíblicos. También esta Copa, en precario, con tantas bajas que se bordea la alineación indebida por exceso de canteranos. Hasta la Copa de la República, ese grito tan granota, fue ideada por un valencianista, Josep Rodríguez Tortajada, condenado a muerte por el franquismo y olvidado por el propio club hasta que este periódico reconstruyó toda su historia.

Siempre la Copa, hoy más que nunca, cuando nadie nos espera, cuando más la necesitamos.