La Inteligencia Emocional, concepto divulgado por Daniel Goleman en su best-seller mundial, constituye un elemento decisivo para alcanzar una vida plena, determinando significativamente el éxito profesional y personal (matrimonio, amistades, etc.). Goleman explica la conveniencia de entrenar cuatro aspectos esenciales en esta materia: autoconsciencia, autogestión, empatía y relaciones interpersonales, con la finalidad de enriquecer nuestro entendimiento emocional. Más llanamente, se trata de conocer lo que sentimos y cómo determina nuestras acciones, empleando este conocimiento para gobernar las emociones, concentrarnos, trabajar en equipo, adaptarnos, ser optimistas o tener más confianza. De igual modo, es beneficioso desarrollar una mayor atención a los sentimientos de los demás, interpretando también el lenguaje no verbal para mantener comunicaciones más eficaces y lograr relaciones interpersonales de mayor calidad.

Las emociones poseen una gran autoridad en nuestro cerebro, ocasionando en situaciones más intensas o críticas una respuesta directa e impulsiva. Esta parte emocional convive con la racional, consciente y reflexiva, generando tensiones entre lo que conocemos coloquialmente como cabeza y corazón. Evolutivamente el cerebro emocional es bastante previo al racional, desarrollándose hacia zonas superiores donde reside el intelecto. De ahí el hallazgo de abundantes interconexiones que revelan la gran influencia emocional en nuestros centros de pensamiento. Ahora bien, las emociones por sí solas no son la cuestión primordial, sino su adecuada expresión y la conveniencia de mejorar nuestra competencia en esta materia. Más aún, el verdadero reto en el campo de la inteligencia emocional, a lo largo de todo nuestro recorrido vital, consiste en desechar su uso egoísta o abusivo.

La educación emocional debe estar impregnada necesariamente de una dimensión moral, orientándose a mejorar las actitudes éticas del estudiantado. Igualmente, debe favorecer el logro de resultados deseables en el alumnado, dentro del marco de sus capacidades innatas. Las habilidades emocionales y sociales constituyen una estrategia valiosa para nuestro proyecto de vida, particularmente compitiendo entre iguales, si bien la rivalidad debe aplicarse hacia nosotros mismos, con la finalidad de ser cada vez mejores individualmente y por ende como colectivo. En este sentido, la metodología Mindfulness es muy beneficiosa para potenciar la concentración, regularse en los momentos relevantes, centrarse en las tareas importantes o adquirir una mayor resiliencia. En síntesis, el denominado Coeficiente Emocional se debe canalizar hacia un mejor desempeño vital.

Hoy, Día Internacional de la Educación, se persigue reequilibrar las relaciones entre las personas, con el planeta y con la tecnología, proclamando el lema «Cambiar el rumbo, transformar la educación». Es un momento idóneo para promover una implementación rigurosa y ética del coeficiente emocional en nuestro sistema educativo. En esta línea se han impulsado programas concretos de aprendizaje emocional en países de todos los continentes, por ejemplo: EEUU, Reino Unido, Australia o Japón. Dichos programas constatan una mejora de la convivencia en el entorno educativo, una menor tasa de abandono escolar y la prevención de conductas de riesgo (violencia, drogadicción…). Además, repercuten en un aumento del rendimiento académico, incidiendo positivamente en la atención y la memoria del alumnado. En conclusión, la educación emocional es efectiva para el crecimiento individual, así como también para abordar de manera colectiva los desafíos de una realidad compleja y cambiante. Consecuentemente, es necesario reivindicar en el ámbito educativo más apoyo a los docentes, más recursos, más cabeza y especialmente más corazón.