Parecería una contradicción hablar de ejército y de paz. Los ejércitos, a lo largo de los siglos, han sido los instrumentos para hacer la guerra y traer a los pueblos las mayores de las desgracias, sobre todo a los vencidos pero también a los vencedores.

Somos de los que anhelamos un mundo sin guerras. Un ejemplo de ese camino hacia la paz perpetua, que predicaba un filósofo alemán hace un par de siglos, son los Estados miembros de la Unión Europea que a partir de la Segunda Guerra Mundial abandonaron el recurso a la guerra como una peligrosa prolongación de la diplomacia. La resolución de las discrepancias por profundas que sean, que lo son en numerosas ocasiones entre los Estados, se resuelven en la Unión Europea a través del diálogo y la negociación permanente entre las partes y la existencia de instrumentos jurídicos y judiciales que se han demostrado de una eficacia extraordinaria. Nunca, en la historia de Europa, sus ciudadanos habían disfrutado de más de setenta años continuados sin ningún conflicto armado entre Estados. En la Unión Europea, el territorio más belicoso a lo largo de la historia de la humanidad, se ha alcanzado la utopía de la paz.

Pero al margen de la Unión Europea las cosas funcionan de otro modo. Durante la existencia de la Unión Europea se han producido en el mundo decenas de conflictos armados que han producido centenares de miles de muertos. Y muchos de esos conflictos siguen existiendo aunque ya no aparezcan en los programas informativos de radios, televisiones y diarios. Muchos de esos conflictos los tenemos muy cerca, al este en Ucrania, más allá en Siria, Líbano e Israel, al sur en Libia y más al sur en el Sahara. En fin, la lista de conflictos armados vivos llenaría todo el espacio del que disponemos. A los europeos no nos interesa que persistan los conflictos armados en el mundo y mucho menos los cercanos que, además de traer la desgracia a los ciudadanos de esos países, pueden afectar gravemente nuestra seguridad.

Es preocupante que ni la Unión Europea ni ninguno de sus Estados juegue un papel relevante en el tablero internacional que le permita intervenir en dichos conflictos, con la salvedad de Francia en alguna de sus antiguas colonias africanas. Cuando Ucrania está en peligro de invasión por Rusia sus gobernantes llaman a la puerta de los EEUU y lo mismo sucede en todos y cada uno de los conflictos armados. Y esto sucede, no cabe duda, porque la Unión Europea no tiene un ejército que pueda disuadir de aventuras expansionistas a potencias militares como Rusia; que comprobó la parálisis de Europa y de la OTAN cuando invadió la península de Crimea y favoreció el secesionismo de las regiones ucranianas del este. Y de aquellos polvos estos lodos: Rusia se ha sentido con fuerza para prohibir a la OTAN que admita como socio a Ucrania.

Solo EEUU, por su cuenta o mediante la OTAN, puede afrontar el reto de Putin. La Unión Europea, por el momento, solo es capaz de imponer sanciones económicas a Rusia, como ya hizo tras la invasión de Crimea, lo que a todas luces no ha sido suficiente para que Putin abandone sus pretensiones imperialistas. EEUU tiene razón cuando exige, desde hace años, que los Estados de la Unión incrementen sus presupuestos militares: la cuestión es cómo conciliar una Europa de la Defensa, un ejército europeo, con la OTAN liderada por EEUU.

Si los europeos permanecemos pasivos ante la invasión de Ucrania por Rusia: ¿podremos impedir que el nuevo imperialismo ruso haga lo mismo en los países bálticos, en cualquiera de los últimos Estados incorporados a la Unión Europea o en otras latitudes en que tenemos intereses? Si tenemos en cuenta el precedente de Crimea llegaríamos a la conclusión de que la pasividad sería la peor de las soluciones. Y a tal efecto es conveniente recordar las consecuencias de la pasividad de las potencias europeas ante las anexiones territoriales de Hitler que fueron preludio de la Segunda Guerra Mundial. En ambas ocasiones quedó acreditado que la diplomacia, lamentablemente, no es suficiente para disuadir a los dictadores.

A EEUU se le han abierto dos frentes para la defensa de sus intereses estratégicos que son coincidentes con los de la Unión Europea: el de una Rusia amenazante en lo militar aunque irrelevante en lo económico y una China relevante en lo militar y en lo económico. China está comprando medio mundo y en este medio mundo entra Europa y el norte de África. China ya gestiona el Puerto del Pireo en Grecia, la puerta este de entrada en la Unión Europea y parece haber llegado a acuerdos con Marruecos, probablemente a espaldas de EEUU, que le permitirán gestionar el puerto de Tánger y algunas otras infraestructuras. Pero no nos equivoquemos, China no es solo una gran potencia económica, es una gran potencia militar.

Ahora que el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte ya no está en la Unión Europea tenemos la oportunidad de crear un ejército europeo para la protección de nuestros intereses estratégicos, nuestro modelo de sociedad, frente a los que no parece que tengan entre sus ideales los principios y valores democráticos que rigen en la Unión Europea. Un ejército, que además de llevar a cabo funciones humanitarias, que son y deben ser muchas, sea un instrumento al servicio de la disuasión en un mundo en que la paz perpetua, al margen de la Unión Europea, sigue siendo una utopía.

Francia ocupa este primer semestre de 2022 la presidencia del Consejo de la Unión Europea. No olvidamos que la Asamblea Nacional francesa impidió, hace ahora más de sesenta años, que se iniciara el proceso de creación de una Europa de la Defensa y que más recientemente impidió que se aprobara la Constitución Europea. Sin embargo, en estas circunstancias, junto con Alemania son los únicos Estados capaces de romper el tabú de la imposibilidad de crear un ejército europeo.