A finales de 2013 Rusia anexionaba a su territorio la región de Crimea. En abril de 2014 se recrudeció el conflicto al declarar las provincias de Donetsk y Lugansk en la región de Dombas la independencia de Ucrania. Desde entonces el enfrentamiento ha dejado ya más de 13.000 muertos. Se trata del único foco bélico activo en Europa desde entonces.

En 2015 se firman los Acuerdos de Minsk entre Rusia, Ucrania, Francia y Alemania y un pacto de alto el fuego en julio de 2020 que según observadores internacionales, es violado continuamente con incidentes casi a diario.

Este preámbulo introductorio nos sitúa en un conflicto que dura ya casi una década, por tanto lo que hoy se baraja no es el inicio de una contienda sino una terrible escalada internacional de devastadoras e incalculables consecuencias globales.

Organizaciones mundiales por la paz, el desarme y los derechos humanos llevan solicitando a los contendientes desde hace tiempo que detengan las provocaciones y desescalen la situación, pero los acontecimientos que estos días estamos viviendo no evolucionan hacia la deseada dirección, más bien todo lo contrario. Aunque ambos bandos afirman no querer la guerra, el cruce de declaraciones y amenazas, el movimiento de tropas y la entrada de nuevas partes en el mapa político del enfrentamiento, pone a prueba la estrecha línea de la paz cada vez más frágil y quebradiza.

Otra vuelta más de tuerca hacia el conflicto son las recientes declaraciones del presidente ruso al advertir que si Ucrania entra en la OTAN, este hecho podría producir un enfrentamiento armado entre Rusia y la Alianza Atlántica al verse amenazada la región de Crimea, territorio ruso soberano.

La brecha entre la OTAN que representa a 30 países aliados y Rusia no hace más que crecer con una peligrosa escalada de la tensión militar. Ucrania solicitó en 2008 su incorporación a la Alianza. Rusia reitera el compromiso de que no habrá ampliación con países del Este, la OTAN acusa de agresiones usando la fuerza en Ucrania y el posicionamiento de 100.000 soldados rusos en la frontera de ese país así como la presencia de fuerzas rusas en Moldavia y Georgia contra su voluntad, además de continuos ciberataques como guerra híbrida contra infraestructuras críticas.

La actual situación del conflicto está tomando un cariz prebélico inquietante. Somos conscientes que todavía la confrontación se debate en el tablero político, que deben zanjarse los antagonismos evitando las reafirmaciones de poder, eludiendo a gobernantes que usan la amenaza de guerra como un medio de la propia subsistencia y supremacía, sin pretextos que potencien intereses económicos. Todo esto entraña una gran dificultad en la negociación.

Existe además un riesgo terrible al creerse los actores que todos están ganando. En Rusia sube la deteriorada imagen de su presidente, maniata a Europa con el suministro del gas; la Alianza Atlántica renace como protagonista tras salir del cajón del olvido; EEUU surge de nuevo como valedor mundial reforzando y dirigiendo su alianza europea; la UE se siente clave en su coordinación entre los socios occidentales; las empresas armamentísticas reflotan al dotar a Ucrania con material bélico; hasta el propio Boris Johnson ve una oportunidad para que olviden sus inmorales e ilegales fiestas buscando reuniones y contactos fuera de Down Street con el asunto Ucrania.

Pero la realidad debe sacar de la ceguera negociadora a todas las partes aportando sensatez, sentido común y miedo al peor desenlace. En junio de 1932 Albert Einstein encabezaba la carta dirigida a su amigo Sigmund Freud: ¿Existe algún miedo que permita al hombre librarse de la amenaza de la guerra? Los resultados sombríos, devastadores y sobre todo impredecibles de una guerra cuya escalada y evolución con la actual capacidad armamentística puede llegar a globalizarse, deben aportar el suficiente miedo para alertar a los protagonistas de la contienda en la búsqueda de soluciones políticas donde todos cedan en aras al acuerdo que evite la hecatombe por culpa de un ruin comportamiento de la conducta humana.