Siempre voy a Salamanca con gusto. Tiene para mí la atracción fatal que impone la gratitud. Como el criminal con la escena del crimen, me une a ella un placer insuperable. Voy a Salamanca a recordar el origen de mi vida académica y, gracias a la generosidad de su Facultad de Filosofía, al lugar donde comenzó a sonreírme la desgracia. Para muchas profesiones, una desgracia inicial es una condena. Para un filósofo es una bendición. Ortega decía que lo mejor que le había pasado había sido su mala suerte y llamaba la atención sobre la incompatibilidad entre filosofía y fortuna.

Iba a Salamanca a hablar sobre su escuela de teología. Mi tema era la recepción europea del gran Francisco Vitoria. Nada más llegar me anunciaron que el equipo de producción de la película «España, la primera globalización» estaba grabando las sesiones. Y es que Salamanca es un lugar central para la construcción de la historia de España y es lógico que los autores de esta película, en la que anda implicada mi vieja amiga Elena Roca Barea, se interese por el significado de la intelectualidad de aquella época entre el siglo XVI y el primer tercio del XVII. En la batalla por España, Salamanca tiene un lugar especial.

Yo no he visto la película, por lo que mi posición no es reactiva. Sine querella, digo también. La película no es mi comparativo intelectual. Mis referencias son Carl Schmitt, autor de «El Nomos de la Tierra» y Marrti Koskenniemi, a quien debemos libros muy importantes sobre relaciones internacionales. Los dos se han ocupado de Vitoria y yo deseaba discutir sus puntos de vista. Por supuesto, no soy quién para preguntar qué puede valer hoy una aproximación a Vitoria que no esté mediada por estos dos autores. Cada uno tiene las herramientas que puede manejar y el taller que requieren sus necesidades intelectuales.

En todo caso, los dos grandes estudiosos conceden que la teología castellana de Vitoria es globalista y universalista. Y por eso Schmitt lo mira con reserva, como antecedente del liberalismo cosmopolita. Vitoria defiende el carácter expansivo del mundo europeo que heredó de la matriz judía su dimensión proselitista. El cristianismo, desde el mundo romano antiguo, superó el limes imperial convirtiendo a los pueblos germánicos y desplegó la expansión europea moderna por África y por América. El motor teórico de esta expansión, formalizado por Vitoria, fue el derecho de gentes, una aplicación normativa universal del derecho natural.

Su sentido fue vincular la libertad de occidente al derecho universal de viajar, de comerciar y de evangelizar. Defender estos derechos, unos basados en la propiedad privada natural, y otro el derecho público de la iglesia a evangelizar podía dar ocasión a la guerra justa. Y la obligación del príncipe era exclusivamente defender, mediante esa guerra justa, los intereses de sus súbditos y de la iglesia.

Por lo tanto, Castilla tenía herramientas teóricas favorables a la globalización. El ejecutor de estas herramientas debía ser el cosmos de las ciudades castellanas, que desde la impronta de al-Ándalus constituían un tejido comercial-artesanal intenso desde Burgos a Sevilla pasando por Medina y Toledo. Isabel la Católica, que siempre apoyó a las minorías conversas de estas ciudades, compartía este movimiento, por lo demás afín con su media alma portuguesa. Sin embargo, la crisis de estas ciudades como consecuencia de las guerras civiles con Fernando el Católico, las propias ideas mercantilistas de este, y sobre todo el desastre de las Comunidades, llevaron a las autoridades políticas de la Monarquía a una dirección completamente contraria a las ideas globalistas. Esa práctica exclusivista cristalizó en la política imperial de Carlos, que por eso fue resistido con tesón por los dominicos como Las Casas y Vitoria, profundamente globalistas y anti-imperiales.

Esta paradoja se explica porque los dominicos eran partidarios, como ha explicado Koskenienmi, de un nuevo tipo de imperio basado en los agentes privados y en la síntesis expansiva de evangelio, virtud y comercio, mientras Carlos disponía de una idea imperial profundamente medieval. Vitoria, por su parte, siempre dio por extinguido el Sacro Imperio Romano del que Carlos era el último representante nominal. Así Carlos, y luego Felipe, impusieron su política de cierre comercial.

Primero restringieron los puertos a Sevilla, luego limitaron el derecho a viajar al que contaba con una licencia estatal, un pago de matrícula; después fundaron un imperio extractivo de metales y trabajo esclavo, impidiendo el comercio interno entre las ciudades de Nueva España, limitando tanto como fuera posible el galeón de Manila, estableciendo un monopolio comercial estatal, generando líneas de exclusión a otras potencias cristianas. Eso generalizó el contrabando y la piratería. Por último, esta política de cierre proteccionista tuvo que perfeccionarse impidiendo la salida de estudiantes españoles a Europa.

Así que es verdad. España tuvo ideas globalistas y a la vez férreas políticas proteccionistas y monopolistas de Estado. Por eso, los teóricos holandeses, muy inteligentes, tomaron las ideas de los teólogos salmantinos para lanzarlas contra la Monarquía hispánica, exigiendo la libertad de los mares y del comercio que ella negaba y sus teólogos afirmaban. Y así Vitoria devino un héroe intelectual de la forma expansiva de la protestante Holanda y de la nueva concepción de las relaciones internacionales basadas en el comercio; mientras España se cerraba cada vez más, arruinando el comercio y convirtiendo a sus ciudades en oligarquías de rentistas. Supongo que esta es la historia que contará esta película.