A algunos políticos les faltó tiempo para saltar como un resorte y denunciar de forma indignada la entrada de una treintena de ganaderos en el pleno de Lorca, donde se iba a votar una nueva moción contra la actividad ganadera. Llevándose las manos a la cabeza, censuraron este acto de «violencia» que les pareció sorprender sobremanera. ¿Pero qué espera la clase política cuando antes ha hecho oídos sordos y ha ejercido una violencia legal sobre el sector agropecuario? ¿Cómo no entiende que estemos desesperados y perdamos los nervios cuando lleva años violentándonos con políticas que nos empujan a la ruina? Si hasta un gato pequeño saca las uñas cuando se siente amenazado, ¿por qué cree que los agricultores y ganaderos, con la crítica situación que atravesamos, vamos a reaccionar de manera diferente? Será todo lo legal que quieran, pero para mí es violencia que las instituciones utilicen la agricultura como moneda de cambio en los acuerdos comerciales con países terceros, permitiendo que nos sustituyan por una competencia desleal que juega con reglas menos exigentes. Para mí es violencia que dejen entrar nuevas plagas y enfermedades y, al mismo tiempo, nos prohíban materias activas fitosanitarias sin proporcionar alternativas eficaces. Para mí es violencia que los robos agrarios salgan gratis a los ladrones y que, como los agricultores ya no denuncian porque saben que no sirve para nada, los políticos encima presuman de estadísticas irreales. Para mí es violencia que fomenten un exceso de fauna salvaje que multiplica los daños y provoca cada vez más accidentes de tráfico y ataques a personas... A diferencia de lo ocurrido en Lorca, ciertos políticos no condenan, por ejemplo, el asalto violento de los ocupas, a los que se les asignan inmediatamente una serie de derechos. O las trasgresiones constitucionales de grupos catalanes y vascos, a los que se les indultan y se les conceden privilegios casi sin pedirlo. Está visto que el concepto de violencia depende de quién la hace, la padece y la interpreta, siendo siempre una interpretación asimétrica e interesada. Si el sector agrario sigue sin recibir una remuneración justa, no descarto que actúe de forma menos «pacífica» en las movilizaciones que estamos llevando a cabo: la próxima, el 25 de febrero en València. Exigimos la atención y el respeto que la clase política nos niega.