Encuentro a Giordano Bruno al pasar, a menudo con mis sobrinos, Cifariello Colorado, por la plaza Campo dei Fiori, de Roma. Al contemplarlo, me sitúo de inmediato en defensa del personaje que figura en su centro, que recuerda la historia del monje dominico, astrónomo y librepensador, Giordano Bruno, ejecutado en ese lugar.

En Campo dei Fiori tenían lugar las ejecuciones capitales. Por estos días, un jueves 17 de febrero, de 1600, fue quemado vivo Giordano Bruno, acusado de hereje. Dos siglos más tarde, en 1876, se constituyó un comité, con el objetivo de promover, en su recuerdo, la realización del monumento en bronce, que figura en el lugar donde fue ejecutado.

Hasta el siglo XV, la plaza no existía como tal, y en su lugar había un prado florido con algunos huertos cultivados, del que proviene su nombre. Según una tradición, la plaza debía su nombre a Flora, mujer amada por Pompeyo, en cuya proximidad había construido su teatro, el Pompeyo.

Hoy, Campo dei Fiori, se ha convertido en uno de los lugares preferidos tanto por los romanos como por quienes visitan su ciudad. Desde 1869, la plaza alberga un animado y pintoresco mercado, cuya atmósfera popular está bien recogida en la conocida película «Campo dei Fiori», con Anna Magnani y Aldo Fabrizi.

Volviendo a la figura de Giordano Bruno, a los 15 años, Filippo Bruno, hijo de un soldado del reino de Nápoles, se convirtió en Giordano. Aquel adolescente, de notable inteligencia y fuerte temperamento, cambió su nombre por el elegido para entrar en la congregación de los dominicos, cuestionando las doctrinas oficiales católicas, lo que acabaría por llevarle a la hoguera.

En 1576, Giordano es acusado de hereje y abandona la orden para evitar el juicio. El destino le da el primer aviso de lo peligrosa que era su rebeldía en aquel momento. Tras visitar diversas ciudades, en 1579, llega a Ginebra y se une al calvinismo. Pero otra vez su carácter rebelde le lleva a criticar las ideas centrales de este movimiento protestante, lo que provocó un nuevo proceso en su contra y fue obligado a retractarse. Los protestantes no admiten sus ideas. Los católicos lo consideran directamente herético. Era inconcebible que la Tierra no fuera el centro del universo. Y era aún menos aceptable, tal como sostenía Bruno, que Dios formara parte del universo.

La Inquisición veneciana encarcela a Giordano Bruno el 23 de mayo de 1592, siendo reclamado por Roma, y ordenándose su encierro, el 27 de enero de 1593, en el Palacio del Santo Oficio del Vaticano. Giordano Bruno pudo haber negado todo aquello en lo que creía y salvar su vida, pero no lo hizo. Prefirió ser fiel a sus principios y esperar una sentencia favorable. Después de pasar los ocho años encarcelado, el papa Clemente VIII le condena a perecer en la hoguera. Antes de morir desafía al tribunal inquisidor: «Tal vez dictáis contra mí una sentencia con mayor temor del que tengo yo al recibirla». Fue su mejor defensa.