Se veía venir lo peor. Lo presagiaba el despliegue de tanta fuerza militar en la frontera de Ucrania. Y así fue. El pasado 24 de febrero comenzó la ofensiva de Rusia iniciándose una guerra de desestabilización internacional de consecuencias impredecibles. A estas alturas está claro que entramos en una nueva era geopolítica en la que Vladimir Putin se presenta como el líder autoritario de una nación que quiere tener protagonismo en la política del siglo XXI. Lo demuestran sus decisiones anteriores relacionadas con la anexión de Crimea, la guerra de Chechenia o la de Georgia que tuvieron como casus belli los ataques rusos. Pero también están bajo sospecha las vías diplomáticas por no atender las demandas de seguridad que reclamaba el líder ruso para que Ucrania no entrara a formar parte de la OTAN y no perteneciera a este organismo de defensa militar, al igual que no pertenecen otros países de Europa. Desde luego, un conflicto bélico que utiliza armamento tecnológico militar de última generación y que dispone de energía nuclear, no se sabe bien ni en qué acabará ni cuántas piezas del tablero internacional se moverán. Se mire por donde se mire, la incertidumbre y el temor son grandes. En cualquier caso, mi tema no es hacer un análisis geopolítico de la situación, sino más bien recordar que toda guerra tiene sus víctimas inmediatas en una sociedad civil inocente que sufre los desvaríos atávicos de una civilización patriarcal de referencia.

No por casualidad, uno de los referentes de la cultura occidental es la guerra de Troya que cantó Homero. De hecho, la conquista y la destrucción de aquella ciudad ha perdurado a través de los siglos. El poema narra los hechos que acontecieron en la Grecia heroica durante la conquista de Asia Menor. En ese contexto histórico, la Ilíada pasa por ser un monumento a la guerra que se estudia en la escuela donde sus héroes son recordados por su audacia y su astucia. Sin embargo Alessandro Baricco, al adaptar en 2004 aquel poema épico para una lectura cercana y actual, nos hizo caer en la cuenta de que quienes realmente destacaron en aquella contienda no fueron los vencedores sino los vencidos. Con ello quiso darnos a entender que tras los versos que cantan a la guerra, subyace fundamentalmente «la memoria de un amor obstinado por la paz». Por este motivo, prestó atención hacia las voces femeninas que interpelan a los héroes homéricos a fin de hacerlas visibles y ponerlas en valor. Son las mujeres quienes expresan su deseo de otro mundo posible donde haya paz y no guerra. Así, antes de entrar en combate, Héctor escucha el llanto de las mujeres y las súplicas de su madre Hécuba y de su esposa Andrómaca que le pide que ponga fin a la guerra, que no deje huérfano a su hijo y que salve su vida y la de todos.

En realidad, en el relato homérico se contraponen dos formas de entender el mundo. Por una parte, la civilización guerrera que enfrenta a aqueos y troyanos y que culmina con el combate a muerte que libraron Aquiles y Héctor. Y por otra, una civilización alternativa que defienden las mujeres y que apela a la piedad y al deseo de vivir en paz. Pero aún hay más, según Baricco, el lado femenino de la Ilíada se encuentra en todos sus cantos de manera persistente. Y es así porque los héroes no solo se limitan a luchar con las espadas y las lanzas sino que, antes de entrar en batalla, emplean gran parte de su tiempo en hablar de las razones por las que se ven inmersos en esa espiral de odio y de venganza. Aquellos héroes se paran a debatir si elegir la vida o la muerte. De este modo, la palabra emerge como un arma que puede ayudar a discernir las consecuencias irremediables de la guerra. Finalmente el desenlace fue sangriento y en nuestro imaginario colectivo terminó por asentarse la fascinación masculina que procede de la estética bélica. Esa admiración pervive aún en nuestros días. Por ello, el escritor italiano afirma que este poema tendría que leerse y trasmitirse desde ese otro tipo de belleza que han defendido las mujeres al honrar la vida y buscar la paz. Sólo así comenzaría a cambiar el paradigma cultural y el pacifismo podría ser un nuevo punto de partida.

En esa línea, la escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich sostiene la importancia que tiene dar visibilidad y escuchar a las mujeres para salir de la épica idealizada del combate. En su libro La guerra no tiene rostro de mujer (2015) sugiere el deseo de «escribir un libro sobre la guerra que provocara náuseas, que lograra que la sola idea de la guerra diera asco. Que pareciera de locos». A tenor de esta expectativa, se precisa repensar la cultura de nuevo y romper con el sesgo androcéntrico que usa la violencia para dominar y someter. Hace falta un cambio epistemológico para dar cabida a una visión más completa y amplia que rescate los referentes culturales femeninos, que valore la convivencia pacífica y la responsabilidad colectiva de los cuidados. De ahí que las mujeres de la Plataforma de las Asociaciones Estatales por la Cultura declararan de inmediato su «no a la guerra». Y es a esta sensibilidad estética y ética que expresa el rechazo absoluto a la guerra de Ucrania y a todas las guerras, a la que me sumo.