El pasado mes de diciembre se pudieron contabilizar un total de 754 personas en situación de sin hogar en la ciudad de València. El casi medio millar de personas voluntarias que peinaron la ciudad identificaron a 352 personas durmiendo en las calles, mientras que otras 402 personas sin hogar se encontraban pernoctando en alojamientos de emergencia.

Estos datos deberían ser motivo para la esperanza dado que, dos años antes, en octubre de 2019, fueron censadas un total de 939 personas sin hogar en la ciudad, 536 personas durmiendo en la calle y 403 en alojamientos de emergencia. Una reducción del 23% de personas sin hogar es sin duda motivo de celebración, dado que se encuentran entre las personas con mayor nivel de vulnerabilidad en nuestra sociedad. El censo del 2019 constataba que ocho de cada diez personas en calle habían sufrido algún tipo de violencia y una de cada cuatro mujeres en situación de sin hogar había sufrido violencia sexual.

Sin embargo, esta tendencia positiva no debe hacernos olvidar que 352 personas siguen durmiendo diariamente en las calles de nuestra ciudad y que debemos encontrar la forma de que se vinculen con la red de atención. Por tanto, ¿cómo podemos asegurar que estas personas son atendidas por la actual estructura de respuesta público-privada? Y todavía más importante, ¿cómo podemos hacer para que todas acepten recibir apoyo?, dado que, tal como apunta la Administración, pese a las personas en calle las plazas en ocasiones no se cubren al cien por cien.

La solución se encuentra en el modelo de atención. La actual Estrategia Nacional Integral para Personas Sin Hogar (2015-2020) apuesta por un modelo basado en derechos y orientado a la atención en vivienda. Siguiendo esta apuesta nacional, la estructura de atención en la ciudad de València ha aumentado en el último lustro las plazas en vivienda hasta casi igualar las de los centros de acogida. Los centros de acogida o albergues han pasado de utilizarse como primera respuesta a utilizarse como centros para convalecientes, personas con menor grado de autonomía y mayor necesidad de acompañamiento. Sin embargo, este cambio de modelo debe consolidarse y terminar de alinear por completo el modelo de atención a la estrategia nacional. En paralelo, y dada la complejidad de las situaciones asociadas al sinhogarismo, se debe continuar reforzando una estructura de respuesta integral que incluya alojamiento, salud física y mental, deshabituación y acceso a la formación y al empleo, sobre respuestas de emergencia centradas en solo algunos de estos aspectos. Las intervenciones más exitosas con el colectivo están resultando integrales y se sitúan en estancias de en torno a seis meses.

En referencia a la salud, el sinhogarismo produce efectos especialmente negativos, estando estrechamente asociado a patologías de salud física y mental. Atendiendo a los datos del censo de 2019, el 40% de las personas en calle carecen de tarjeta sanitaria. Es por ello que se debe seguir trabajando en asegurar un modelo de atención socio sanitario que facilite en paralelo la cobertura de las necesidades sociales y de salud. Por el momento, existe una atención social en calle a las personas sin hogar, pero deberíamos poder generar un mecanismo de vinculación temprana con el sistema de salud física y mental, tal como sí que sucede en otras grandes ciudades europeas.

Finalmente, debemos comenzar a orientar los recursos existentes a la creciente heterogeneidad del fenómeno. La red en València ha crecido en recursos de atención y en especialización. Pero atendiendo a las elevadas tasas de violencia que sufren las mujeres en calle y al aumento del sinhogarismo juvenil, que ha pasado en diez años del 19% de la atención de las entidades que trabajan en emergencia social al 30%, la red de respuesta debe progresivamente especializarse en cubrir las necesidades de estos colectivos. Recursos específicos para mujeres, itinerarios de atención a la juventud sin hogar y centros de noche de alta tolerancia deben ser prioritarios.

Durante la pandemia, la Administración pública y las entidades del tercer sector han redoblado esfuerzos para llegar a más personas y adecuarse a las nuevas necesidades. Este esfuerzo en la atención a la emergencia social no debería caer en saco roto y debe continuar ese esfuerzo conjunto de mejora continua. Tendremos poco que celebrar hasta que en las calles de la ciudad de València no haya ni una sola persona durmiendo en la calle.