Cuca Gamarra ha acusado al presidente de Gobierno de «usar la guerra como coartada, al igual que hizo con la pandemia, para ocultar sus errores». Por su parte, Alberto Núñez Feijóo asegura que Pedro Sánchez es el presidente «del peor Gobierno de la democracia». Pero aún hay más, pues en Castilla y León, Vox acaba de entrar en el Gobierno inaugurando así la etapa del nuevo PP de Feijóo. Como podemos comprobar, el PP post-Casado empieza a ofrecernos pistas de cuál será su estrategia de oposición al mando del nuevo líder, por ello cabría preguntarse si la etapa Feijóo será —o no— más comedida y moderada en las formas, y qué estrategia utilizará para salvar a España del hipotético desastre del gobierno socialcomunista.

 Si nos remitimos a los referentes que desde siempre ha utilizado el PP para convertirnos en un país moderno, democrático, limpio de corruptelas y envilecimientos, y defensor de las clases más desfavorecidas, todo apunta a que al autodenominado centro derecha español le encantaría tener al timón a un político de casta, un político ejemplar en todos los aspectos, un dechado de empatía que no antepusiera su ego al bien común, que no beneficiara a los ricos en detrimento de las clases más desfavorecidas, y sobre todo que fuera de nuevo capaz de conseguir para España unos récords nunca logrados por ningún país democrático de nuestro entorno. O lo que es lo mismo, que a España la gobernara un ente sobrenatural que aun muchos en Génova identifican con un clon del presunto humilde, afable y nada prepotente José María Aznar, un político que, si nos atenemos a los récords antes mencionados, alcanzó uno tan difícil como que trece ministros de sus gobiernos quedaran salpicados en distintos casos de corrupción, y que docenas de altos cargos del partido —cuando él era el máximo responsable— tuvieran que acudir a los juzgados por distintas corruptelas.

 Sin embargo, llama la atención que a pesar de estas plusmarcas que sitúan al PP en cotas inaceptables para el estándar que debería definir a un político honrado, sean muchos quienes aún añoran la etapa aznariana, según se desprende de la poca repercusión que tradicionalmente ha tenido la corrupción en los votantes de la derecha. 

 Esto, y otras singularidades que obviaré por no extenderme, convierte a España en un curioso país donde muchos votantes de clases sociales bajas no tienen reparo a la hora de elegir como presidente de Gobierno a un candidato capaz de organizar una boda para su hija con un boato de realeza, una ceremonia a la que acudieron un florilegio de invitados de postín que, en un alto porcentaje, acabaron sentándose el banquillo de los acusados por presuntas prácticas delictivas.

 Obviamente, el partido del que les hablo es el heredero genético de aquella Alianza Popular fundada por unos franquistas de casta convertidos —algunos por no tener mas remedio— a la democracia. Un partido que, oficiosamente, está hoy escindido en dos sectores: uno llamado Vox, y otro que sigue siendo el PP oficial que en la etapa Casado ha desplegado un derroche de ataques e insultos contra un gobierno al que, incluso, ha negado su legitimidad pese a haber sido elegido democráticamente por los españoles.

 Nos encontramos ante un maremágnum en la derecha donde unos añoran tiempos pretéritos, mientras que otros, por suerte, no comulgan con esa nostalgia y son auténticos demócratas —me consta que los hay— aunque sean incapaces reprimir su obsesión por atacar y atacar, sin ofrecer propuestas o pactos que beneficien a la patria en los momentos más difíciles, con el agravante añadido de preferir gobernar con el filofascismo antes que aliarse con la socialdemocracia, como hacen por ejemplo sus socios liberales alemanes con el cordón sanitario con el que frenan a la extrema derecha.

 Resulta ignominioso que la derecha de nuestro país se sienta con fuerza moral para dar lecciones de lo que son incapaces de hacer. Y así seguirá sucediendo hasta que los verdaderos demócratas del centro derecha español se atrevan a dar un paso al frente y fuercen la refundación de un partido donde no quede ni una sola prenda sucia en esa lavadora de nostalgias y corrupciones que tan poco han utilizado salvo en contados casos de irrebatible obviedad.

 Antes de finalizar deseo dejar constancia de que el PSOE no se libra de muchas de las críticas que acabo de exponer contra la derecha. Nunca he omitido las censuras necesarias independientemente de la ideología del partido destinatario de las mismas,  y hay constancia de ello en la hemeroteca de las denuncias que he publicado, por ejemplo sobre Juan GuerraLuis Roldán, y esos ERES, que al parecer son la única pelota que el PP sabe devolver en ese partido de tenis consistente en un pueril: “y tú eres más corrupto”. No obstante, con este artículo solo pretendo dejar constancia de que el partido de la Gaviota gana por amplia goleada al del puño y la rosa, al menos en sus vergonzantes exhibiciones de lo que podríamos considerar como un mal hacer político.

 Y así nos va.