En más de veinte años de entrevistas, hay una frase de despedida que siempre me descoloca, para la que nunca llego a estar preparado: «Gracias por acordarte de mí”. La pronuncian futbolistas de los años 60 a los 90, y siempre me mandan a la lona. No me cabe en la cabeza que gente que ha llenado estadios (o teatros, o auditorios) haciendo felices a ciudades enteras y a colectividades que difícilmente llegan a ponerse de acuerdo en cualquier otro ámbito o lugar, alberguen un sentimiento de vacío y soledad, de respirar un tiempo pasado que ya no les pertenece.

No hay entrevistas mejores. La charla siempre es larga, volviendo sobre sus carreras con calma y perspectiva, desclasificando momentos, hablando sin presión de las bondades y las miserias de este deporte, y hasta descifrando este presente liquidado en titulares efímeros. Gay Talese bordaba esas conversaciones, cuando visitaba en su casita frente al lago a un Joe DiMaggio entrado en años, anclado en los días de gloria y en la ausencia de Marilyn Monroe. De aquellas entrevistas nació el concepto, ideado por Tom Wolfe, del «Nuevo Periodismo» norteamericano.

«Gracias por acordarte de mí». Lo primero que me nace es pedir perdón, porque además es un olvido que, tomando al fútbol como metáfora, se extiende a nuestros padres y madres, a una generación estigmatizada por pandemias y abandonada a su suerte en la brecha digital. Solo hay que prestar atención cuando los (ex)futbolistas rechazan el insistente término de «veteranos» proyectado desde los medios y que les condena a la arqueología, cuando en realidad pertenecen a la «Asociación de Futbolistas» de cada club. Igual que nunca se deja de rendir honores a un mandatario de estado, nunca se deja de ser futbolista. Siempre futbolistas, siempre compañeros, como Manolo Botubot evocando a Ángel Castellanos, golpeado por el Alzheimer, pero formando de nuevo una infranqueable barrera con cada tuit escrito por el (ex)defensa gaditano. Es una batalla constante contra un olvido que no solo afecta a la celebridad perdida, sino en muchas ocasiones a la propia subsistencia y salud de quienes fueron ídolos.

«Recordar», recordó Galeano en «El libro de los abrazos», viene del latín «re-cordis», eso es «volver a pasar por el corazón». Ese regreso a la emoción más pura vuelve, desde hace cuatro años, en cada 28 de marzo con la recreación del gol de José Vicente Forment al Celta en 1971. El día del gol de Forment es una festividad pagana del mestallismo, como la Navidad alternativa de la película «Captain Fantastic» adaptada al nacimiento de Noam Chomsky. Hay que agradecerle al escritor Rafa Lahuerta, hijo de «forner» como Forment, haber restaurado la altura simbólica de aquel gol, el gol que encarriló una Liga, la primera desde 1947, conquistada por el equipo del pueblo, dirigido con intuición lunfarda por Di Stéfano. El gol más celebrado de la historia de Mestalla es el gol que Gerardo, hermano de Forment, describe con tanta emotividad que te traslada a ese estadio de sillas de enea, pólvora y con 60.000 almas, veinte mil añadidas sobre su aforo oficial (las únicas lonas eran las almohadillas que se lanzaban al césped). Y por encima de todo, el gol de Forment es el homenaje a un gran delantero, de carrera corta, condicionada por una patada obviada a menudo en los relatos. Es el reconocimiento a un hombre bueno que, también este lunes, restará importancia a su gesta cuando él y Antón, el héroe de Sabadell, disparen la traca.

En las primeras ediciones nos gustaba fabular que el gol de Forment era nuestro equivalente al gol del argentino Aldo Pedro Poy, también marcado en 1971, literaturizado por Roberto Fontanarrosa en un cuento precioso y revivido cada 19 de diciembre por los seguidores de Rosario Central, obligando cada año al ya septuagenario Poy a repetir su cabezazo contra Ñúbel. Pero esta es una historia que no necesita de referencias para darse a conocer, para justificarse. El gol de Forment es nuestro día de la memoria, el de cada jugador que lució bordado el murciélago sobre fondo blanco. Recordar y nunca olvidar a Forment es celebrar el Valencia que queremos recuperar.