Dos décadas después, la Unión Europea arbitra la Directiva de Protección Temporal para dar protección inmediata a personas desplazadas. La guerra de Ucrania ha sido el detonante. No podía ser de otra forma, lo contario habría sido un despropósito frente al sufrimiento de millones de mujeres y niños que huyen de la barbarie. Afortunadamente, se han eliminado las restricciones del Convenio de Dublín y los países de la UE tienen por primera vez criterios comunes de acogida a refugiados. Y eso ha generado una solidaridad sin precedentes.

Otros no tuvieron esa oportunidad, ni siquiera hoy. Las estimaciones hablan de tres millones y medio de refugiados sirios en Turquía; un millón y medio en el Líbano; un millón trescientos mil en Jordania, medio millón en Egipto... Más de siete millones de sirios son refugiados por culpa también de una guerra. En 2015 nos conmovió la imagen del cuerpo de un niño ahogado tendido en una playa de Turquía. Se llamaba Alan y tenía tres años. Su madre y su hermano de cinco años también murieron cuando escapaban de Siria rumbo a Grecia. Pues bien, ni siquiera fue posible a la población oriunda de Siria, pero con DNI español, acoger a sus familiares más cercanos. García Margallo, ministro entonces de Exteriores, no facilitó esa labor humanitaria. Para centenares de valencianos de origen sirio quedó grabada aquella ignominia.

En la última década hemos asistido a otras oleadas de refugiados, muchas ya con el PP fuera del poder. En nuestra retina perdura la desesperación de las 629 personas en busca de auxilio a bordo del Aquarius, solo un puñado consiguieron la consideración de refugiado. Mejor suerte corrieron los dos mil afganos acogidos y recibidos meses atrás por la plana mayor del Gobierno. Miles de personas que huyen de conflictos aguardan tras la valla de Ceuta. Destinos diferentes que podrían hacer pensar que existen refugiados de distintas categorías.

La realidad se impone ahora y hay que pensar en las mujeres y niños ucranianos que han sido acogidos en nuestra Comunidad. Cubrir las necesidades básicas de los que han dejado todo es primordial, pero más aún lo es planificar su futuro. Sin embargo, se advierte falta de iniciativa. Miguel Soler, secretario autonómico de Educación, podría ser una excepción: ya adelantó al inicio de la tragedia humanitaria, un ambicioso plan de escolarización. Los que hoy llegan buscando refugio necesitan solidaridad y afecto, pero también previsión para poder encauzar de nuevo sus vidas. La sociedad ha respondido. Ojalá los líderes políticos estén esta vez a la altura.