Las elecciones presidenciales en Francia siempre han tenido un valor especial para quienes las hemos mirado y analizado habiendo visto en Francia ese paraíso de libertad y cultura en el que tanto disfrutamos durante nuestra juventud paseando por el barrio latino, tomando el sol en Trocadero o estudiando en la BN de la calle Richelieu. A la altura de 1961 todo era triste en España; hasta las corbatas. Nada tiene, pues, de extraño que hace unos días prestara especial atención a las elecciones presidenciales.

No se entendería la llamada de atención que pretendo hacer con estas líneas si se duda del interés que la socialdemocracia ha tenido para la constitución y el desarrollo de la sociedad europea. Nadie debería tener dudas a este respecto. Mucho menos cuando la inflación, según Comunidades, se mueve entre el 10 y el 11% y las necesidades se dejan sentir en capas extensas de la población que sigue rotando en torno de un sistema productivo que se desarrolla invariante y sin otras alternativas configuradas o diseñadas. Todo induce a pensar que las ideas escasean y no solo entre las gentes, sino también entre los protagonistas de la dirección política y social.

He de confesarles que al escuchar a hora avanzada de la noche los datos facilitados de la primera ronda de las presidenciales por la televisión francesa no di crédito a lo que había oído. Por eso puse mayor atención y ratifiqué lo oído: el partido socialista no había alcanzado el dos por ciento de los votos. Los franceses espero den cumplida cuenta de lo sucedido y nos faciliten análisis minuciosos; no seré yo quien pretenda anticiparme.

Con independencia de esos análisis, el dato nos interpela a todos los que creemos y reconocemos el valor de la socialdemocracia para nuestra organización social. ¿No plantea este hecho, al menos, la necesidad de abordar dentro del Partido Socialista Obrero Español un diálogo claro y sincero sobre el futuro de la socialdemocracia en España? Creo que es el momento de abrir sin pérdida de tiempo y sin presencia de aduladores la revisión de las propias actuaciones pensando en ese futuro y no en el de los que ahora ocupan puesto y función en el Partido o el Gobierno dirigido por Sánchez. Espero que esa reflexión analice con todo in terés y cuidado la política llevada a término y las formas con las que se está llevando a cabo. El objetivo no puede ser otro que el de evitar las sorpresas.

Ante todo, es necesario anticiparse a un posible desastre. Vale para guiar esta revisión el mismo principio que todos apetecemos para nuestras vidas: rectificar a tiempo siempre es preferible a proponer con precipitación una medida y luego contradecirla, pues aunque no se pretendiera engañar, sin embargo esos giros al dirigir a la sociedad saben a engaño y suponen pérdida de legitimidad para quien los protagoniza. El engaño como la trágala son las semillas más potentes de la abstención y de la desmotivación ciudadana. Los errores pueden ser comprendidos, dada la complejidad del tejido social; no así el contradecirse en veinticuatro horas. Contradecirse obliga al ciudadano a valorar su voto como una carta en blanco firmada y a disposición del gobernante.

A tiempo estamos de volver a valorar el profundo sentido social que tiene el respetar la palabra dada para que tenga sentido la votación. Procedan a hablar con tiempo. Es el momento de recordar que solo puede ser estimado como progresista quien haga ostentación de decir verdad a los ciudadanos y defender e indagar la verdad en todos los foros; el «maquiavelo de salón» no pasa de ser un intrigante intelectualmente descalcificado.