La nueva propuesta legislativa en educación (Lomloe y sus desarollos) está suscitando fuertes controversias, a la movilización de los profesores en pro de la no reducción de la asignaturas humanísticas, se suma el reciente «Manifiesto en defensa de la Enseñanza como bien público» de un grupo de conocidos intelectuales. Por todo ello, bueno sería preguntarse con cierto detenimiento ¿qué consideramos digno de ser enseñado? Tenemos profesores sobradamente preparados, la cuestión es qué marco legislativo y pedagógico les proponemos a ellos y a nuestros estudiantes. Voy a arriesgarme a parecer, si no políticamente incorrecta, sí intempestiva.

La educación actual se desea metodológica, volcada a las nuevas tecnologías, orientada al mercado laboral.

El carácter instrumental de la enseñanza se percibe en la incidencia mayor en el desarrollo de competencias en lugar de contenidos. Autoridad, memoria, exámenes, libros de texto y asignaturas son vistas como rémoras reaccionarias a superar… Se celebra con entusiasmo el eslogan «hay que aprender a desaprender», incluso para tiernos infantes cuyos cerebros apenas han tenido tiempo de atesorar aprendizajes, inclinándose ante el niño-dios rousseauniano cuya naturaleza intacta puede enseñar al maestro todo aquello que este, infectado por la sociedad, pervierte. Invertidas así las cosas, el profesor deja de ser aquel que conoce e imparte saber, para convertirse en un atento escucha o cuanto más un compañero de viaje, por ello se le despoja de toda autoridad, considerada esta fascistoide y retrógrada.

En las propuestas más avanzadas, se renegará de los libros de texto, para que el propio alumno construya sus materiales a través de su exploración, despojamos así al libro de su valor. Después nos quejaremos de que no leen los jóvenes, cuando en todo caso les hemos propuesto esos libros escritos para ellos, de blando adoctrinamiento en buenos valores, depurados de todo lo políticamente incorrecto –no como esa literatura universal tan descuidada en ese sentido–, o si les acercamos a algún clásico es en versiones dulcificadas adaptadas a sus mentes, que por lo visto no pueden digerir la dificultad que generaciones anteriores hemos disfrutado con placer a su edad.

Leer, escribir y las cuatro reglas (sumar, restar, multiplicar y dividir) han sido las bases de una instrucción secular, primicia para posteriores desarrollos. Hoy, eso que nos parece vetusto y que antaño dominaban aun las personas menos escolarizadas, ha dejado de ser una sólida cimentación. Muchos alumnos, incluso de Secundaria, no entienden lo que leen y tienen un vocabulario reducido; no escriben, teclean; confían en el corrector ortográfico, realizan las operaciones con la calculadora del móvil y ni siquiera han memorizado las tablas de multiplicar.

Y me resulta llamativo que dentro de esa preocupación que denosta lo excesivamente teórico no se consideren útiles habilidades que prepararían a los jóvenes en su corresponsabilidad doméstica: cocina, nutrición, primeros auxilios, coser, pequeñas reparaciones…, y mecanografía, dada la generalización de teclados para la escritura, aunque nos suene a secretaria antigua.

Curiosamente, mientras los pedagogos avalan la nueva pedagogía frente a la enseñanza tradicional, los profesores no dejan de mostrar pérdida de motivación y autoestima. La anulación de su autoridad, la imposibilidad de llevar a cabo su tarea en una escuela que rebaja cada vez más las exigencias, agrupa a niños con muy diversas capacidades, y rehuye el esfuerzo, transforma a los docentes, de especialistas en materias, en animadores y mediadores culturales.

El fracaso escolar no se soluciona promocionando de curso a quienes arrastran suspensos, sino adecuando itinerarios diversos, todo lo demás es una estafa a aquellos que ven en la escuela y en el conocimiento el medio para avanzar personal y socialmente.

Volviendo al principio de mi artículo, hemos de preguntarnos qué es digno de ser enseñado y aprendido, qué ciudadanos queremos formar, qué parte de nuestra cultura no estamos dispuestos a que deje de transmitirse (y en este sentido no puedo dejar de referirme a la necesaria inclusión del Women’s Legacy, del legado de las mujeres al saber)… Después miremos a nuestros establecimientos educativos, repasemos esas leyes de educación que cambian con cada reemplazo de gobierno, y respondámonos.