Normalmente la vida transcurre en unos entornos limitados (la familia, el pueblo, el trabajo, amistades,..) que implican la influencia, sobre cada uno, de unas pocas personas. Hasta aquí todo normal. ¿Pero qué ocurre cuando entre esas pocas personas que influyen en tu vida, destacan algunas que por sus circunstancias físicas y vitales, necesariamente consiguen que te replantees la forma de vivir?

Hablo de dos amistades entrañables, un cojo y un tetrapléjico.

Miguel, cojo de ambas piernas por poliomielitis desde temprana edad, pegado permanentemente a su silla eléctrica. La polio constituye un recuerdo duro y difícil de olvidar para varias generaciones que o bien la sufrieron directamente, o bien convivieron con quienes la padecieron. La polio fue una enfermedad muy temida y afectaba, sobre todo, a niños y niñas de toda condición social hasta que a principios de los sesenta se extendió la vacuna.

Rafa, tetrapléjico, postrado en la cama desde los 19 años, tras un accidente automovilístico del que no fue responsable, y en el que también falleció su compañera. Desde que los seres humanos existen, son muchísimos los individuos que han sufrido accidentes que han supuesto la rotura de la médula espinal y la consiguiente parálisis.

En la relación con ellos, el hecho de tomar una actitud tendente a empatizar (capacidad de ponerse en su lugar, esforzarse por entender sus dificultades, querer comprender sus sentimientos, intentar atisbar su concepción del tiempo), supone toda una revisión de los parámetros con los que uno está dispuesto afrontar la vida, y que, necesariamente, desde un punto de vista egoísta,  influirá tanto en nuestro nivel de satisfacción personal como en la calidad de nuestras relaciones.

Ambos han tenido que afrontar enormes dificultades, algunas de ellas, ajenas a su situación física.

El cojo, sumido en la insensible y oscura sociedad de los años cincuenta, ha transitado por la indiferencia, la dureza del quehacer diario, la falta durante años de aparatos mecánicos que le facilitaran la movilidad, la desidia familiar para que efectuara estudios, la problemática que supuso el tener que empezar de cero en múltiples trabajos (zapatero, técnico de televisión, pianista de un conjunto musical, artesano del esparto).

El tetrapléjico, entre dolores y soledades, teniendo que replantear su vida al pasar de una actividad normal de la juventud de principios de siglo (estudios, trabajo, fiestas, noviazgos, viajes) a una situación de estar veinticuatro horas al día, siete días a la semana, postrado en la cama. Replanteo que ha derivado en una actividad frenética, impensable para muchos en su estado, con el apoyo de amigos y familiares. Desde asistencia a discotecas, a carreras de motociclismo, a saltos en paracaídas, hasta una avidez inmensa por aprender historia, filosofía, política, el manejo experto del ordenador y la domótica, pasando por una enconada defensa del derecho a una muerte digna.

Y aun así, hay que poner en valor el increíble papel que desempeñan hacia quienes con frecuencia nos relacionamos con ellos. Seguramente ni el cojo, ni el tetrapléjico, son conscientes del ejemplo de ánimo, superación y la confianza que transmiten.

Cuando te presentas ante ellos, henchido de felicidad o hundido por la tristeza, ahí están, el cojo y el tetrapléjico, para desde su óptica, hacerte ver que felicidad y tristeza se suceden de forma continua. Que no hay felicidad absoluta ni tristeza absoluta. Te hacen ver que la vida es como una combinación de claros y oscuros, cuyo resultado es la existencia de distintas tonalidades.

Cuando hay momentos en los que todo parece ir mal. Cuando nada sale como uno espera. Cuando las cosas se enredan y no llegan, o llegan a destiempo. Cuando todo parece desmoronarse. Cuando la confusión nos hace titubear de todo. Cuando sientes que el agotamiento te impide hasta pensar. Cuando parece que no hay nada que hacer frente a las dificultades. Cuando una mala racha (para algunos, hasta que pierda su equipo de futbol, lo es) nos altera la forma de evaluar los acontecimientos. Cuando nuestra sensibilidad sólo aflora por lo negativo, ahí están, el cojo y el tetrapléjico, con sus charlas, anécdotas, experiencias y pareceres.

Cuando algunos, ya con cierta edad y mirando al futuro, lo vemos con angustia y pensamos que la caída en el pozo del pesimismo es la única salida posible, ahí están, el cojo y el tetrapléjico, recordándote que sobre angustia y pesimismo, ellos han meditado bastante más y nos podrían dar lecciones.

Cuando el dolor, la frustración o una mala experiencia nos paralizan y nos refugiamos en la queja o la resignación, ahí están, el cojo y el tetrapléjico, para recordarnos que ya antes ellos pasaron por ahí, y consiguieron salir adelante a base de ganas de vivir, de empeño en valerse por si mimos, de querer procurar su propio sustento, aliñado, todo ello, con una mezcla de constancia, tesón y paciencia.

Ante expresiones como que “cada uno tiene lo que se merece”, “recoges lo que siembras” o “te aman como amas”, ahí están, el cojo y el tetrapléjico, para demostrar la inmensa falsedad de dicho refranero popular, su gran estupidez y su solemne tontería.

La enorme fe en uno mismo, el saber lidiar con las quimeras que preocupan, intentar dentro de las posibilidades gozar del presente, una confianza prudente en poder salir adelante y abonar un sano egoísmo, son algunas de las enseñanzas que el cojo y el tetrapléjico nos proponen sin proponérselo.

Y a pesar de ello, creo que nadie debería pasar por situaciones tan extremas para darse cuenta que la vida ofrece múltiples caminos, infinidad de posibilidades, variedad de relaciones,  y que siempre, siempre, merece la pena vivirla, eso sí, hasta que uno quiera.