Dos años de pandemia han sacado a la luz las verdaderas dimensiones y problemas de otra epidemia silenciosa. Hablamos de la salud mental que, en definición de la Organización Mundial de la Salud, define «como un estado del bienestar en el que la persona es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera y es capaz de hacer una contribución a su comunidad».

Conceptos, en estos momentos, en riesgo para decenas de miles de pacientes que precisan de este servicio de salud. El crecimiento exponencial de las enfermedades mentales y del ánimo, desde que empezó la pandemia, no ha hecho más que aumentar y alcanzar a sectores de edades y género diverso. Es cierto que ya se había registrado un incremento progresivo muy importante antes de 2020. Encontramos, entre otros factores coadyudantes, el uso excesivo de las redes sociales, el aislamiento personal, el consumo de substancias tóxicas, y la dificultad o la falta de control en el núcleo familiar.

Todo ello genera ansiedad, trastornos de conducta, depresión, desórdenes alimentarios que se traducen en alarmantes cifras de fracaso escolar, así como en mayores dificultades que actúan de barreras para acceder al mercado de trabajo. Sin olvidar, por supuesto, al estigma que acompaña estas enfermedades. Unas dolencias, por así decirlo, que se pueden tratar con atención, cuidados y seguimiento como se hace con otras. Por otro lado, debemos resaltar la poca visibilidad que la enfermedad mental tiene en nuestra sociedad, incluso en el mundo sanitario en el que hay una grave insuficiencia de recursos y servicios, en particular en la sanidad pública.

Es necesario, por lo tanto, señalar que los servicios de atención y tratamientos vinculados a la enfermedad mental necesitan crear y desarrollar una red de servicios proporcionada a la actual magnitud del problema. Se trata, pues, de salvar la primera barrera en el abordaje de la problemática mental de cualquier persona, reconociendo que su estrategia tiene más aspectos que no solo el estrictamente sanitario. Si hablamos de la invisibilidad y la baja oportunidad, no obviamos la parte laboral. Según la Ley General de Discapacidad, en su artículo 42.1, aquellas empresas públicas y privadas que emplean a 50 o más trabajadores, están obligadas a que, al menos, el 2% de estos tengan el certificado de discapacidad igual o superior al 33%. Es cierto que es menos que poco porque las oportunidades laborales de quienes la sufren, por el estigma que llevan asociado, deben recorrer un camino difícil y pedregoso. La travesía que lleva hacia la inclusión laboral de las personas con discapacidad mental está sembrada de obstáculos. Pero dicha norma debe ser considerada como una muy buena oportunidad a aprovechar.

Desde la Fundación Novaterra y, más en concreto, desde nuestro Centro Especial de empleo Novaterra Social Logistics, trabajamos por la inclusión laboral en la empresa ordinaria a través de un enclave laboral. Es un paso intermedio entre el centro especial de empleo y la futura contratación en una empresa, enclave establecido en una multinacional del mundo del transporte como es GLS. Allí, personas con discapacidad desarrollan el trabajo de logística apoyados por un monitor, una figura que consigue desaparecer a medida que se adquieren las habilidades necesarias para desarrollar de manera completamente autónoma el puesto asignado. Se demuestra así que se puede conseguir y certifica la propia empresa, cuando se superan las expectativas previas.

Si a todas las personas, dentro de nuestro ámbito laboral, se nos exige poseer unas habilidades y aptitudes propias para el desarrollo laboral, a quienes tienen esa discapacidad se les prejuzga por el estigma referido anteriormente. Se les valora de manera minuciosa en su desarrollo laboral y se les observa con lupa excesiva cada movimiento y resultado que, en otro escenario, quizás no se haría.

Por todo ello, valoramos como oportunidad ese 2% que señalamos anteriormente. Si bien hemos de insistir en la importancia de continuar con la siembra de pequeñas acciones para demostrar que la inclusión laboral se puede conseguir. Para poder pronto dejar de hablar de porcentajes y pasar a hablar solo de personas.