Publicaba el pasado sábado un "A la Contra" en este diario un esforzado profesor, Agustín Zaragozá, que compartía sus dificultades en la educación de sus honestos preadolescentes. La verdad, el artículo era al mismo tiempo descorazonador e inspirador. Descorazonador, porque era obvio el fracaso del bueno de Agustín en inculcar a sus polluelos una idea tan básica como que la culpa en una agresión sexual jamás es de la víctima. E inspirador al mismo tiempo, para comprender algo de cómo se forman las inteligencias en una sociedad con los valores desordenados por principio, y quizá entrever desde fuera cómo podrían entender esos chavales lo obvio.

           El hecho objeto de discusión era la presunta violación grupal de unas niñas en Burjasot. Pasando por alto otros debates jurídicos interesantes, lo que más llama la atención, lo que, dicho en román paladino, acojona del caso, es el recibimiento a los chicos a la salida del juzgado. Aplausos. ¿Aplausos? Aplausos. Por mucho que le dedico neuronas, yo tampoco lo comprendo, sinceramente.

           De ahí pasamos a las reacciones de los niños y (sobre todo) niñas de clase de Agustín. La culpa, decían estas, es de las chicas por ir adonde no deben. El profesor se queda sin respiración. Insiste a las (no tan) pequeñas alumnas en que esa posición es machista. Ellas ya tienen asumido que eso es lo que él opina de ellas, pero no parece importarles.

            Aunque sea un poco atrevido, me gustaría intentar ayudar a mi compañero con dos ideas abiertas, si es que le interesan, para intentar entender a sus audaces interlocutoras y hacerles cambiar, ya que está visto que hacer evidente el machismo latente en su posición no da resultado.

           Está claro que entre los dos hechos (el recibimiento de las familias y la reacción de la clase) hay una conexión implícita: los valores que han conformado las cabezas de esos jóvenes ha hecho razonar equivocadamente tanto a los acusados como a las niñas de clase de Agustín. Y el orden de valores que impera en ambos casos es el mismo: la libertad está por encima del bien. Tanto para los chavales presuntamente agresores como para las alumnas, la libertad de aquellas niñas de estar ahí es lo importante, y no el acto perverso de los presuntos abusadores. Lo que les pasa a las agredidas es porque han elegido mal, la culpa es suya. Hacer ver este desorden a la clase podría ser útil, creo yo.

           Además, las alumnas no aciertan a distinguir entre condición necesaria y causa. Era condición necesaria para que las niñas sufrieran la agresión que estuvieran allí, pero no fue causa del hecho. La causa fue la decisión de los otros de abusar de ellas, que por eso se transforma en un sentido ético en culpa. Afirmar lo contrario sería algo así como decir que la causa de las balas en la nuca de Miguel Ángel Blanco fue su disparatada pretensión de representar al PP en el País Vasco de ETA.

           “Estas son las únicas ideas verdaderas: las ideas de los náufragos”, escribió Ortega, refiriéndose a la inseguridad del que intenta pensar por sí mismo. Personalmente, no creo que la cultura en la que nos movemos, y en la que nuestros hijos se forman sus concepciones del mundo, sea en primera instancia una cultura de la violación. Es primero una cultura de la estupidez, la estupidez de no pararse a pensar, a leer y formularse preguntas sobre la realidad, a romper vagas certezas, a entrever contradicciones. De ahí vienen los males.

           Ánimo con esto, Agustín. Todo mi apoyo.