La creatividad, la pasión y la curiosidad son cualidades humanas esenciales que han inspirado el desarrollo de las artes y las ciencias, constituyendo así un vínculo común que parece que hemos olvidado. El ser humano es incapaz de valorar y disfrutar del conocimiento científico sin una comprensión profunda del proceso por el que se ha llegado a él y la importancia social de sus resultados, al igual que una obra de arte no puede ser apreciada sin el aprendizaje de los elementos que han formado parte de su contexto y proceso creativo.

Generalmente, está bastante aceptado que el arte ha necesitado a la ciencia para su desarrollo. Desde el punto de vista de la técnica, es evidente que el desarrollo de la matemática fue fundamental para crear elementos compositivos lógicos que inspiraron la belleza de las formas. Sin embargo, a través de este texto, me gustaría reflexionar, hoy, sobre el porqué la ciencia necesita al arte y lo ha necesitado a lo largo de la historia.

Cerremos los ojos por un momento. Cuando nos privan del sentido de la vista, nos encontramos en la más absoluta oscuridad. J.W. Goethe (1749-1832) dijo: «por encima de cualquier otro, el ojo fue el órgano con el que comprendí el mundo». Gracias al ojo reconocemos lo que tenemos alrededor, nos reconocemos a nosotros mismos, reconocemos las diferencias, nos interesamos, desarrollamos la curiosidad. Componemos imágenes para el conocimiento y el recuerdo. Desde las primeras pinturas rupestres, las imágenes han sido un recurso esencial para el desarrollo de la humanidad. El arte es el medio que las hace posibles. Gracias al arte, hacemos visible lo invisible.

Hoy vivimos en la era de las imágenes y nos basta un clic para llegar a cualquier parte recóndita del planeta, pero no hace muchos siglos que solo éramos capaces de ver una pequeña parte del universo. En el siglo XVII, un científico ya observaba los cielos sabiendo que había algo más allá: Galileo Galilei (1564-1642). En 1609 construyó un telescopio que le permitió observar cráteres, estrellas y satélites con el mayor de los detalles. Pero no sólo se dedicó a observar la Luna con el telescopio: también la dibujó y mostró todas sus fases en unas excepcionales acuarelas. La investigación del universo también nos ha dejado otras obras, menos conocidas, como la de Maria Clara Eimmart (1676-1707), dibujante y astrónoma que nos dejó una importante colección de láminas donde ilustró con bellos detalles el satélite lunar. Ilustraciones como estas nos demostraron que el universo, además de ser un espacio vital para el desarrollo del conocimiento científico, es una fuente infinita de belleza.

Durante mucho tiempo, el conocimiento del cuerpo humano también había sido limitado. La piel era, básicamente, lo que veíamos. Será Vesalio quien se encargue de abrirnos definitivamente la visión hacia el interior de esta máquina que es nuestro cuerpo. Su obra, De humani corporis fabrica se publicó en 1543, componiendo un tratado visual de anatomía donde podíamos observar nuestro interior con todo detalle gracias a sus elaborados dibujos. Y, por supuesto, no podemos olvidar a Leonardo Da Vinci (1452​- 1519). Sus obras de arte abarcan todas las esferas de conocimiento. Pero, sobre todo, sus dibujos y pinturas serán una parte fundamental para el estudio de la anatomía humana.

La exploración del mundo, que durante mucho tiempo había sido solo un horizonte desde la orilla, también debe mucho al arte. Nuestra tierra se extendió infinitamente con los viajes y las primeras expediciones científicas. De hecho, la ciencia de la navegación no hubiera sido posible sin otra de las grandes artes visuales: la cartografía. Con el desarrollo de las ciencias naturales, las plantas, flores y animales de las regiones más lejanas, llegarán a los gabinetes para poder ser estudiadas en forma de dibujos. Es imposible no maravillarse con las láminas de la científica y exploradora Maria Sibylla Merian (1647-1717) que ilustró, por primera vez, la metamorfosis de los insectos de la forma más bella y detallada, además de mostrar las diversas especies que habitaban regiones desconocidas hasta el momento.

Pero el arte no solo nos acercó los seres y objetos que parecían imposibles de alcanzar, también nos mostró elementos hasta entonces invisibles para el ojo humano. Santiago Ramón y Cajal (1852-1934) llegó mucho más allá con sus dotes para la ciencia y el dibujo. Nos enseñó como era el cerebro por dentro e ilustró las conexiones neuronales. Sus ilustraciones muestran una extraordinaria destreza para la pintura que había cultivado desde pequeño, como gran amante del arte y siendo consciente de la gran evidencia que hemos intentado demostrar a través de este texto: la inseparable relación entre el desarrollo del conocimiento científico y las artes visuales.