Sofía me observa con esos ojos redondeados y enormes, atenta a cada uno de mis gestos. Una leve sonrisa comienza a iluminar su rostro y, sin soltar aún mi pezón, intenta tocarme con sus deditos la boca. Esa mirada me atraviesa y el mundo se paraliza a mi alrededor. El segundero del reloj es partícipe de este momento y decide interrumpir por un instante el movimiento y el sonido que nos acerca a todas y todos a la vejez. Tic-tac. Sigo amamantando a mi bebé de diez meses. Sigo produciendo su alimento principal, un alimento con unas cualidades inigualables.

Orquesta neuroendocrina

¿Cuántos minutos, cuántas horas habremos vivido este instante mi hija y yo? Imposible llevar la cuenta. Y, aún así, cada vez que se agarra a mi pecho, me sorprendo. Me imagino todos los procesos que tienen lugar en mi cuerpo para que se produzca este milagro de la naturaleza, este momento indescriptible que me permite alimentar a mi hija a la vez que le aporto seguridad, amor y calor, y el asombro inunda cada una de mis células. Como escribió Rachel Carson en su obra maestra El sentido del asombro: «Si yo tuviera la influencia sobre el hada madrina, aquella que se supone preside el nacimiento de todos los niños, le pediría que le concediera a cada niño de este mundo el don del sentido del asombro tan indestructible que le durara toda la vida».

La lactancia materna me lleva a las hormonas, esas pequeñas sustancias que recorren todo nuestro cuerpo para llegar a los órganos de destino y, de esta forma, hacer que todo en nuestro organismo funcione y esté en equilibrio. En el caso de la producción de leche materna, es la prolactina la que tiene un papel principal. Pero el abanico de hormonas es mucho más amplio y, además, cada una de ellas puede realizar diferentes funciones en nuestro organismo.

Las hormonas son liberadas y secretadas al torrente sanguíneo por diferentes órganos y glándulas que conforman lo que conocemos como sistema endocrino. Un sistema fundamental que colabora estrechamente con el sistema nervioso y cuya función principal es la de mantener el equilibrio dinámico de nuestro medio interno. Este sistema está orquestado por una glándula sumamente importante que, teniendo el tamaño de un guisante, realiza un papel fundamental para controlar la liberación e inhibición de una gran cantidad de hormonas: la hipófisis. Además, esta glándula, formada por diferentes células y localizada en la base del cerebro, mantiene una comunicación directa con el hipotálamo permitiendo que sistema nervioso y endocrino se coordinen eficientemente.

La hipófisis participa en numerosos procesos como, por ejemplo, en la respuesta al estrés, liberando la hormona adrenocorticotropa (ACTH); en la regulación de la función de las gónadas (ovarios y testículos) a través de la hormona foliculoestimulante (FSH) y la hormona luteinizante (LH); en el crecimiento de huesos y tejido mediante la liberación de la hormona de crecimiento (GH) o en el desencadenamiento de las contracciones del parto a través de la oxitocina.

Pero, como todo en nuestro organismo, la hipófisis también puede sufrir alteraciones que dan lugar a determinadas patologías. Existen tumores de tamaño minúsculo que, aunque son benignos, pueden tener efectos devastadores. Dependiendo del tipo de células hipofisarias que produzcan el tumor, éste va a tener unas características u otras. Si el tumor está formado por células corticotropas, aquellas que dan lugar a la hormona ACTH, el paciente desarrollará lo que se conoce como Síndrome de Cushing. Si, por el contrario, el tumor está formado por células somatotropas, que producen la hormona de crecimiento, estas personas tendrán gigantismo o acromegalia. Hay tantos tipos de tumores hipofisarios como tipos de células existen en la hipófisis y el exceso de hormonas provocado por estos tumores da lugar a diferentes síntomas y complicaciones.

Desde el grupo de investigación en neuroendocrinología y patología hipofisaria del Instituto de Investigación Sanitaria y Biomédica de Alicante y del grupo de OncObesidad y Metabolismo del Instituto Maimónides de Investigación Biomédica de Córdoba, estamos llevando a cabo diferentes líneas de investigación que permiten desenmarañar los mecanismos moleculares y genéticos involucrados en este tipo de tumores. De esta forma, se pueden establecer biomarcadores diagnósticos, pronósticos y predictivos de respuesta al tratamiento que sean útiles en la práctica clínica de esta patología y, mejorar así, la calidad de vida de los pacientes que la sufren.

Por tanto, mantener este equilibrio que va cambiando a lo largo de las diferentes etapas de la vida, no es algo sencillo. De ahí mi asombro ante las capacidades que tiene nuestro organismo. Disponemos de una gran orquesta, compuesta por órganos, glándulas, hormonas y otros elementos, capaz de adaptarse y regularse ante los estímulos externos e internos. Una orquesta que, concretamente en esta etapa de mi vida, interpreta una de las obras más bellas que existen, la de la maternidad.