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Uno de los tres muertos por un misil caído este miércoles en Járkov (Ucrania).Efe/Sergey Kozlov

A vuelapluma

Alfons Garcia

No me gustáis

No me gustáis. Es una manera de decir que no me gusto, porque no hay diferencias. Veo la fotografía. El niño inmóvil en el suelo. No se le ve el rostro, solo rastros de sangre en distintas partes del cuerpo. Al lado, de rodillas, un hombre lo toca con cuidado. Está sereno. No hay paroxismo. Por eso quizá uno quiere sostener cierta esperanza. El texto que acompaña la fotografía es el que introduce la dimensión del horror. Tiene trece años. Está muerto. Es uno de los tres muertos por un misil caído este miércoles en Járkov (Ucrania). Estaba esperando el autobús al lado de una mezquita. Su hermana ha resultado herida. El hombre de al lado es el padre. No sé si la serenidad que transmite es porque aún no ha digerido el suceso o porque ya ha asumido el significado de la guerra y que esta vez la ruleta del horror le ha tocado a él. En otra fotografía de la misma serie, un poco después, el cuerpo está totalmente cubierto por una tela y el hombre sigue al lado, sigue cogido de la mano, ya amarilla, del cadáver.

El fotoperiodismo atraviesa conciencias. Su gran valor es decirlo todo en un instante. Esta resume la guerra, que aún existe, aunque nosotros, los de este lado del telón de la presunta dignidad, estamos más en las consecuencias, en si vamos a tener que bajar la calefacción o quitar el aire acondicionado porque no hay gas. Empieza a advertirse una presión, como se ha visto en la deriva política de Italia y en la caída de su Gobierno, a empezar a buscar soluciones, a negociar cualquier arreglo con Rusia porque la dignidad de Ucrania y la democracia están muy bien, pero la guerra está empezando a hacer saltar por los aires nuestros hábitos de vida, nuestro placentero salón climatizado y nuestra nevera llena de productos innecesarios que alegran la vida del buen consumidor.

No me gustáis. No me gusto. Se nos están viendo demasiadas contradicciones que el traje de la dignidad se nos llena de lamparones. Ahora, a pesar del calor que nos achicharra en la calle, va y la emergencia climática no debía ser tan grave porque Europa reactiva plantas de producción de energías fósiles. Las agendas 2030 y 2050 las guardamos un ratito en cualquier cajón porque lo que cuenta es nuestro estilo de vida, lo que importa es que el santo consumidor y elector no se enfade y los gobiernos paguen las consecuencias. Los informes apremiando porque esto se acaba y el colapso se acerca ya vendrán después. Esperemos que alguien los crea entonces. Si estamos en una emergencia, ¿no tendría más sentido acelerar la producción de energía renovable? ¿Salir de esta crisis con mayor autonomía energética y menor dependencia de fuentes contaminantes? No sé si será porque esa solución da ventaja a los países del Sur sobre la rica Centroeuropa o porque se considera que no llegaría a tiempo de llenar las calderas el próximo invierno, pero no parece contar. Bastaría con acelerar planes para ponernos delante de otra contradicción: que nos encantan las energías renovables en los papales, pero siempre que estén lejos, que no abramos la puerta y veamos las placas. Nos sobra calor solar y nos falta energía propia y a buen precio. Deberíamos ser capaces de solventar ese dilema interior. Para empezar a gustarnos un poco. Y deberíamos empezar a mirar menos el ombligo casero y sentir el horror de la guerra. Por una cierta dignidad.

En la Fundación Bancaja hay una exposición estos días del fotoperiodistaJosé Aleixandre. Repasa a fogonazos las últimas décadas valencianas. Nos da un repaso. Solo hice foto de una foto cuando la visité: un mendigo está sentado en el suelo, apoyado en un edificio; sobre su cabeza un grafiti, ‘Si aquest és el canvi no el volem’. Es de 1994. No hay cambio gratuito y fácil. No hay cambio sin contraindicaciones y contradicciones. Cuesta. Eso quiero pensar para no ahogarme en escepticismo. Para no querer salir corriendo del presente. Y no tener la tentación de buscar soluciones en el pasado.

Coda. Un trabajo que no viene a cuento me pone ante una portada de este diario de febrero de 2015. El titular principal dice «Rajoy promete a los empresarios valencianos que cambiará el modelo de financiación en 2016». Feijóoacaba de dejar un titular casi calcado ante una patronal. Y seguro que Pedro Sánchez ha dicho algo parecido en algún momento. Estamos en 2022. Y nada ha cambiado. Y seguimos aplaudiendo.

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