D ecía la filósofa Hannah Arendt que: «Donde todos son culpables nadie lo es. La culpa, a diferencia de la responsabilidad, siempre selecciona; es estrictamente personal. Se refiere a un acto, no a intenciones o potencialidades». Al observar las confrontaciones acaecidas en el homenaje a las víctimas de los atentados de Barcelona, en el que se encararon diferentes independentistas con familiares de personas fallecidas recordé dicha aseveración de la filósofa alemana y pensé «donde todos son víctimas, nadie lo es». Quizá sí puede existir un pueblo víctima, dado los exterminios generalizados que, desgraciadamente, llegaron a miles y millones de representantes de una misma comunidad. Se lo preguntaré a mi filósofo actual de cabecera, Agustín Zaragoza. Pero asumir la arrogancia suficiente para cargarse de razón y verse con la autoridad de matizar media palabra de una persona que ha perdido un ser querido por sentirse víctima de la represión del Estado español quizá (sólo quizá, las certezas parecen haberse diluido) es un poco excesivo.

Quien esa conducta se arroga olvidó hace años la empatía y la sensibilidad. Pero, más allá, la esencia constituyente de su nuevo Estado. Una Catalunya independiente con personajes así no interesará al común de la razón. Los procesos de construcción nacionales, bajo el paraguas de la bandera, justifican comportamientos y visiones colectivas que poco sentido tienen si son analizados individualmente. La artificialidad de la selección, el egoísmo de la priorización. Se refuerzan en el «nosotros» contra un «ellos» que a menudo (siempre, me atrevería a decir) es diferente a cómo se construye mentalmente.

Recordaba Arendt que en la Alemania post Hitler muchos quisieron imponer el «todos somos culpables» pero a Núremberg no podían acudir todos ellos para ser juzgados. El pueblo alemán también contó con digna disidencia y por lo tanto incluso en dicho caso la generalización es injusta y acientífica. Hoy, tampoco todos somos víctimas. El victimismo es el argumento de la sinrazón. Impeler a una persona que ha perdido a un fallecido durante un acto de homenaje no se puede justificar. Es una indecencia. Exista un Estado opresor que esté minando la cultura patria o no. Exista una judicialización de la política que involucre a magistrados prevaricadores contra determinadas opciones políticas o ideológicas o no. La artificial generalización de la victimización acaba por despreciar el significado de la palabra y por tanto devalúa el concepto, convirtiéndolo en un continente vacío. La victimización, con su visión exagerada, modificada y engrandecida de la realidad, busca crear simpatías entre los no adeptos y fidelidad entre los seguidores. Dudo mucho que funcione cuando se realiza de forma tan burda. Llevar dicho victimismo hasta la teoría conspiranoica es propio de quien se siente un ser superior capaz de explicar la realidad a la ignorante plebe sometida. Que se construyan los países y naciones en la dirección que los pueblos quieran. Pero siempre con el respeto por bandera. Sobre todo a las víctimas.