La una guerra. Ucrania, el país más grande de la Europa continental con 603.700 km2, cuenta con un suelo muy fértil. Las dos terceras partes de la zona central del país constituyen las llamadas ‘Tierras Negras’, feraces tierras en las que, en su día, pusieron sus ojos grandes multinacionales, ansiosas siempre por sobreexplotar suelos en todo el mundo.

Gracias al modelo soviético heredado, Ucrania tuvo la oportunidad de distribuir esas tierras de forma justa y equilibrada, bien para explotarlas individual o colectivamente, pero siempre sometidas a un control social que garantizara la utilidad pública.

Eso no sucedió, y se pasó casi de repente, de un capitalismo de estado a un capitalismo, que ojalá, hubiera sido capitalismo ‘a secas’, pero fue un cambio a un capitalismo salvaje.

La víctima de esta guerra, como siempre, la población, cuya única salida ante una pobreza repentina, fue la emigración. A principios de los años 90, Ucrania contaba con casi 52 millones de habitantes. Actualmente, en 2022, apenas llega a los 41 millones. Más de 11 millones de personas huyeron del país por una guerra silenciosa y silenciada, cuya única arma era la pobreza, una guerra cuyos únicos culpables y promotores fueron los irresponsables dirigentes y los insaciables oligarcas ucranianos. Dejaron un país semivacío pero con enormes campos agrícolas de alta mecanización, poca necesidad de mano de obra y unas condiciones de trabajo no negociables impuestas por las grandes corporaciones.

La otra guerra.

Aunque ahora sólo se habla de la guerra de Putin, en realidad la guerra en Ucrania empezó en 2014, cuando se produce el golpe de estado que derroca al presidente constitucional pro ruso Victor Yanukóvich y el gobierno de Kiev se ensaña militarmente con las auto proclamadas repúblicas socialistas de Lugansk y Donetsk (Donbás), con mayoría de población de origen ruso.

Sea como fuere, de esta otra guerra, Ucrania nunca va a salir airosa por más que EEUU, vía OTAN, intente prolongar un conflicto que sólo beneficia a la economía estadounidense y a su complejo militar-industrial.

Y para sustentar esta afirmación, me baso en los siguientes datos:

1) Las repúblicas independentistas de Lugansk y Donetsk, nunca van a querer reintegrarse en territorio ucraniano, después de ser salvaje y continuamente atacadas por Kiev desde 2014.

2) Con la invasión de Rusia, Ucrania tiene más del 20% de su territorio ocupado, incluyendo todo el mar de Azov y la desembocadura del estratégico río Dniéper. Así mismo, en 2014 ya perdió la península de Crimea al ser recuperada por Rusia tras el regalo de Nikita Jrushchov en 1954.

Y puede que pierda toda la zona suroeste del país (Odesa), si Rusia insiste en enlazar el Donbás, con la región pro rusa de Transnistria, independizada ya de facto de Moldavia.

3) El PIB se ha reducido en un 35% y la moneda (la grivna) está devaluada en un 30% frente al dólar.

4) El gas natural ruso a Europa Occidental ya no fluye, con lo cual, Ucrania dejó de percibir ingresos por peaje que representaban, al menos, el 2% de su PIB.

5) Ucrania ha perdido el 40% de la producción de carbón, que se localiza en la región del Donbás.

6) Sus tierras fértiles están en manos de multinacionales, como el fondo estadounidense NCH Capital, de la suiza GlencoreXstrata, de Arabia Saudi, y cómo no, de la problemática Monsanto.

7) Hay 6 millones de personas que salieron del país, y casi 7 millones desplazadas internamente.

8) No sólo la infraestructura militar e industrial está severamente dañada. También carreteras, puentes y obra civil.

9) Las numerosas bajas de la guerra, están haciendo difícil el reclutar jóvenes, que por cierto, carecen de experiencia y preparación.

10) Cuando finalice el conflicto, si Ucrania quiere recibir fondos para la recuperación, el FMI y el Banco Mundial, impondrán unas condiciones draconianas que, sin duda, castigarán de nuevo a la propia ciudadanía ucraniana.

Si en algo se parece «la una guerra» a «la otra guerra”, es que ambas tienen el mismo perdedor, el pueblo ucraniano, no sus élites políticas, ni sus oligarcas económicos.

«La una guerra» se perdió al impedir sus dirigentes la posibilidad de tener una agricultura más respetuosa del medio y orientada al interés general en vez de al interés crematístico de las multinacionales. «La otra guerra», a la vista de los datos objetivos aquí expuestos, también la perderá la población ucraniana, sea cual sea el resultado final de la misma.

Y si algo resulta chocante en el tratamiento de ambas guerras, es el silencio y opacidad con que se produjo «la una» y el inmenso ruido y propaganda con que se publicita «la otra».

Pobre gente, durante siglos en manos tan nefastas e irresponsables.