En el mes de septiembre la normalidad se establece con la apertura del curso escolar. Deberíamos ser conscientes de la enormidad y la importancia de este hecho. Alrededor de él, la sociedad avanza y desarrolla. Sin embargo, hay un acontecimiento que miles de familias repiten cada año y que se convierte en uno de los ejes de la educación. Son las reuniones de tutoría cuando el profesor/maestro y la profesora/maestra de turno se encargan de algo más que de la mejora académica del alumnado. Qué poco se habla en España de la función y la misión tutorial. ¿Qué hay más importante que la educación de aquellas personas que son presente y futuro de la sociedad? La tutoría es la cátedra para entrar en un aula en condiciones de escucha y comprensión.

Toda tutoría se mueve a partir de los dos principios que forjan todo proceso educativo. El primero, el optimismo, sí, esa palabra maldita que no está de moda porque hoy vende lo contrario, ya que parece que todo esté podrido, donde no se vislumbra luz ni esperanza. Savater, en El valor de educar, dice: «En cuanto educadores no nos queda más remedio que ser optimistas. Y es que la enseñanza presupone el optimismo tal como la natación exige un medio líquido para ejercitarse. Quien sienta repugnancia ante el optimismo, que deje la enseñanza y que no pretenda pensar en qué consiste la educación. Porque educar es creer en la perfectibilidad humana, en la capacidad innata de aprender y en el deseo de saber que la anima». Y más adelante, apostilla: «Con verdadero pesimismo puede escribirse contra la educación, pero el optimismo es imprescindible para estudiarla… y para ejercerla. Los pesimistas pueden ser buenos domadores, pero no buenos maestros». Contemplar la evolución, la madurez y el progreso de una persona es de las experiencias más importantes de la vida. Las personas no nacemos condenadas a ser algo determinado; no estamos condenados a quedarnos estancados en una materia o en una forma de actuar y de ser. De ahí el carácter ineludible de nuestra libertad. Educar es creer que el futuro no está escrito ni determinado para nadie. La educación obra pequeños milagros todos los días del año y en la tutoría se ve con luz y taquígrafos. ¿Te acuerdas, estimado lector, de un tutor/a que recuerdas de forma especial, que se entregó y te ayudó en cuerpo y alma? ¿Cuántas personitas parece que no vayan a salir del pozo, remontan, maduran y se convierten en personas con un proyecto determinado? Cuando te visitan y cuentan te das cuenta que el ser humano tiene en su carácter de perfectibilidad su principal fuerza y virtud.

El segundo principio en el que se fundamenta una tutoría es la creencia de que una persona sólo se realiza por medio de los demás, de sus prójimos y semejantes. La familia y la escuela son las primeras escuelas de amor. Vivimos en un mundo donde la violencia cuenta con altavoces y voceros de forma constante. Su propaganda y publicidad es infinita. Uno de los medios par revertir esta tendencia, que sigue abriendo en canal a pueblos enteros, se presenta la escuela y de forma especial la tutoría porque no sólo alimenta lo estrictamente académico sino los valores y las actitudes que se fundan en el respeto a la dignidad de todo prójimo y semejante. Pregunte a sus hijos, hijas, nietos y nietas, a cualquier persona en edad escolar qué hacen en la tutoría, qué están aprendiendo y se darán cuenta de la importancia primordial que tiene. En tiempos de redes sociales, en tiempos de revolución digital y de pantallas, donde parece que nada permanece, la escuela a través de sus diversas tutorías sigue estableciendo como sólidos principios y valores sin los cuales no podríamos vivir en sociedad. Las autoridades educativas se acaban de inventar la figura de Coordinador de bienestar en los centros. Que algunos popes de la política educativa se acerquen por un colegio y ahí verán a muchos coordinadores de bienestar, pero desde hace años, se conocen como tutores y tutoras. El problema es que se enteren ahora. Así nos va.