El antropólogo Marvin Harris cuenta que, en 1962, Estados Unidos envió a Brasil 40 millones de kilos de leche en polvo para ayudar contra la desnutrición. Pronto empezaron los agradecidos brasileños a rechazar la leche diciendo que les sentaba mal, a lo que los funcionarios de la embajada americana reaccionaron con desagrado argumentando que, muy probablemente, los «ignorantes brasileños» se tomaban la leche a puñados, sin diluirla, o que, si lo hacían, no hervían previamente el agua. «Nuestra leche es el mejor alimento; el problema es que la consumen mal». Los verdaderamente ignorantes eran los americanos que desconocían que para poder digerir la leche es necesario producir lactasa de forma natural, algo que solo ciertas poblaciones del mundo habituadas al consumo de los lácteos pueden hacer. De modo que consumir el mejor de los alimentos, según los estadounidenses, suponía para los brasileños un sinfín de dolorosos síntomas gastrointestinales: lo que se había decidido como lo mejor a siete mil kilómetros de donde debía aplicarse, allí no tenía nada de bueno.

Los despachos de la Conselleria a menudo parecen estar a siete mil kilómetros de los centros educativos. Allí lo mejor son los ámbitos para todo el alumnado de primero de la ESO y así nos lo impusieron hasta que el TSJV suspendió cautelarmente esa imposición. A una semana del inicio de las clases los claustros tuvimos que votar: ¿aceptamos mantener la organización ya hecha por los equipos directivos (algo que lleva semanas de trabajo) o reorganizamos todo deprisa y corriendo? Cuando te ponen entre la espada y la pared no cabe hablar de deseo; una puede aceptar, una puede resignarse, una puede consentir. Pero el consentimiento no es lo mismo que el deseo, y a los claustros Conselleria nos forzó, como quien no quiere la cosa, a un chantaje: o consentíamos los ámbitos sin desearlos o nos hacíamos una faena muy gorda entre compañeros obligando a rehacer una cantidad ingente de trabajo que quizá no podría tenerse a punto para el primer día de clase. Qué injusto. El resultado, tal y como recoge el estudio del Observatori Crític de la Realitat Educativa, es que un 77,21% de los 215 IES consultados hasta la fecha rechazan los ámbitos en 1ºESO, aunque dos tercios de ellos hayan optado por mantenerlos este curso para no hacer peligrar el inicio de curso. Esos claustros han optado, una vez más, por aguantarse y tratar de no fastidiar a la comunidad educativa.

Lo que es bueno en innovación se adopta con facilidad porque soluciona problemas y cubre necesidades existentes. ¿Por qué, si tan bueno es el sistema de ámbitos para el aprendizaje y el alumnado, tuvieron que imponerse, considerando además que ya llevábamos años probándolo a la fuerza? De los diez factores que predicen el fracaso de una determinada innovación, extender los ámbitos a todo 1º de la ESO puntúa en al menos seis: identificación de la necesidad, preparación, ejecución, financiación, planificación e implementación y sentido de la oportunidad. Y sin embargo parecería que la única razón para su imposición es porque los docentes nos negamos a mejorar y a trabajar mejor. Por favor, seamos serios. Habrá profesores inmovilistas, los habrá vagos también; seguramente, también, algún brasileño no hirvió el agua correctamente para tomarse la leche de los americanos. Pero, ¿el 77%? ¿El 77% de los claustros nos oponemos a esas «innovaciones» por inmovilistas o vagos? ¿De verdad creen que la mayoría del profesorado rechazaríamos una organización o unas metodologías si viéramos que con ellas nuestro alumnado aprende más y mejor? ¿Hasta tal punto desconfían de nuestra profesionalidad?

Como todos los años, comienzo el curso con un solo objetivo: trabajar con mi alumnado con tanto rigor y con tanta atención a sus posibilidades y su valía que sientan que pueden confiar mí. Con eso me basta. La mayoría de ellos quieren aprender, quieren comprender y comprenderse, quieren mejorar: para eso estoy dispuesta y sirvo. Me apena que Conselleria no confíe en sus docentes; ojalá algún día entienda que, si nos escuchara, podríamos por fin comenzar a paliar de verdad la desnutrición del sistema educativo.