Decía el recientemente fallecido Jean-Luc Godard que un travelling es una cuestión moral. Para mí la duración de una película es también una cuestión moral. Echo de menos las películas que duran hora y media. O un poquito menos. Ya no se hacen. O se hacen muy pocas. Y más problemas que ensombrecen mi relación con el cine actual. No entiendo lo que dicen los personajes. Hablan a mil por hora, como si alguien estuviera cronometrando para ver cuántas palabras se pueden embutir en el mínimo tiempo posible. O cuando el título de la película y los nombres de actores y actrices salen al final, en unos títulos de crédito que a veces duran más que la propia película. Al principio sólo salen las mil empresas que han colaborado en la producción de la película. Para eso pagan.

Las plataformas audiovisuales están de moda. El otro día estaba viendo una peli famosa que ha obtenido premios importantes y está a las puertas de conseguir algunos más. Llamé a una amiga a la que le había gustado mucho: «¿oye, me puedes decir si pasa algo a partir del minuto cuarenta y cinco? Es que estoy justo ahí y no ha pasado nada hasta ahora». Pues no, no iba a pasar nada, y me acordé de que García Márquez y Billy Wilder decían que el primer párrafo de un relato es decisivo para continuar leyendo. Ahora, venga planos larguísimos, rostros como los de Bergman -pero en moderno- ocupando toda la pantalla y mirándote inquisitivamente como si quien te mira fuera el cobrador del frac, silencios tan largos que te preguntas si será para ahorrarse la pasta de quienes escriben los diálogos. Lo que tengas que decir, dilo, me dijo un actor amigo que le decía Fernán Gómez. Pues no. Antes de decir lo que tienes que decir has de pasar por el túnel de la bruja, sólo que los escobazos de la bruja son muchas veces los del aburrimiento.

Este domingo acaba el Festival de Cine de San Sebastián. El otro día me asomé a las pelis ganadoras en anteriores ediciones. Me detuve en una de ellas: Beginning. No la conocía. Es una producción georgiana. Ganó en 2020 nada menos que los cuatro premios gordos: mejor película, mejor directora, mejor actriz y mejor guión. Un pequeño pueblo. Un grupo de Testigos de Jehová. Un incendio provocado en su sede. No los quieren en el pueblo. Eso al principio. Parece que la cosa funciona. A los tres minutos ya hay una casa quemada y la gente se salva de milagro. Hay acción. Pero ahí quedó todo. La mujer protagonista está sola porque el marido se ha ido a hacer proselitismo o algo parecido. Tardará unos días en regresar. La lentitud se apodera de la historia. Ella se tumba en la hierba y se tira un cuarto de hora mirando hacia arriba. Las escenas se estiraban y en cada una de ellas cabía una película de las normales. Hacia el final vuelve ese plano de la mujer: ahora de espaldas, en su casa, sentada en una silla. Otros cuarto de hora por lo menos. De espaldas. Al final, un joven cazador camina sobre un suelo cuarteado, como resecas cagadas de vaca. Y se desvanece sobre ese suelo. Claro, no sé por qué se desvanece porque ya hacía un rato largo que yo me había desvanecido. No sé si he visto una película peor en mi vida. Seguramente no. Cuatro premios gordos en el Festival de San Sebastián de 2020. Ahí es nada.

Seguramente lo que me pasa con el cine es muy sencillo: soy un auténtico analfabeto en esa materia (y en muchas más cosas, claro está). Miren, si no, lo que escribió de Beginning un crítico, imagino que de los entendidos, en un periódico: «La mejor y más sorprendente película del año sabe que el principio de su sentido es empezar cuanto menos un camino hacia una verdad. Suena tremendo (tremendamente borgiano) y, en efecto, lo es. Es película y, sobre todo, es obra maestra iniciática, seminal, original, pura génesis». Me entra una congoja insoportable. Cómo he podido perderme tanto y tan bueno sólo porque me gustan las películas que duran hora y media y a los pocos minutos ya tienes los ojos clavados en la pantalla sin que te dé tregua lo que te están contando.

Ya sé que hay películas de dos horas o más que son obras maestras. De hecho, cuando el cazador se murió sobre un suelo apocalíptico de resecas cagadas de vaca, me puse a mil por hora Centauros del desierto para acordarme de que era la película favorita del primo Miguel y para convencerme de que hay películas de dos horas en que no paran de pasar cosas. Bueno, algunas críticas dicen que tiene algo de racista. Pero si ustedes quieren, de eso hablamos otro día. Cuando me haya repuesto de la media hora que la protagonista de Beginning se pasa mirando al cielo en un lecho de flores, o dándonos la espalda indolentemente sentada en una silla. Así que les pido un favor: si ustedes me hacen una lista de películas actuales que duren hora y media y pueda entender lo que dicen sus protagonistas se lo agradecería toda la vida. Ya casi me da igual que sean buenas o malas películas. Pero que pase algo en ellas, ¿vale? Que pase algo.