A estas alturas, creo que ha quedado atrás la visión de la Universidad como «fábrica de parados». Nuestro mercado de trabajo mantiene, como mal endémico, unas tasas de desempleo general y juvenil claramente por encima de las medias europeas. Sin embargo, los análisis del desempleo muestran que el nivel de estudios es un elemento fundamental en su reducción. Las personas con estudios superiores presentan tasas de desempleo consistentemente más bajas que las de los grupos con menos estudios. En los análisis de la Encuesta de Población Activa (2021) realizados por el Ivie, se constata que la probabilidad de tener un empleo crece significativamente con el nivel de estudios alcanzados. En comparación con una persona con estudios primarios, la probabilidad de empleo sería 17,7 puntos porcentuales mayor en el caso de los titulados universitarios.

La formación universitaria introduce, pues, elementos importantes en lo que llamamos «Viaje a la dignidad», facilitando la obtención de un trabajo que permita recursos suficientes para una vida digna y también la realización de la vocación y el proyecto personal. Siguiendo al europeísta Jacques Delors, eso requiere aprender a conocer y comprender el mundo en que se vive, aprender a construirlo y transformarlo, aprender a convivir, y aprender a ser. Ahora bien, ese viaje a la dignidad no es únicamente individual; es, sobre todo, colectivo. Y esa dignidad, para serlo en plenitud, ha de alcanzar a todos los seres humanos. Aquí, cabe plantear el papel y los retos de la universidad en la promoción de esa dignidad.

En lo que se refiere a la «entrada o incorporación de los universitarios», hay cuestiones críticas que cabe replantear para reducir brechas y desigualdades. Por una parte, se debe avanzar en una política de becas que permita el estudio universitario a todos aquellos que pueden y aspiran a llevarlo a cabo, haciéndolo posible en especial para quienes por sus condiciones y circunstancias quedan excluidos. Por otra parte, hay que actuar con mayor intensidad sobre las desigualdades que provienen de niveles educativos previos, con el fin de potenciar el papel integrador e inclusivo de la educación, contrarrestando con discriminación positiva el apoyo a la educación de los más desfavorecidos. En tercer lugar, se requiere flexibilizar y elaborar más los criterios y procedimientos de selección para el acceso a los diferentes estudios tomando en consideración las cualidades y vocación de los aspirantes.

Este es un tema complejo, y una solución equitativa no es fácil, pero no cabe por ello renunciar a corregir sesgos que perjudican a los más desfavorecidos. Además, en la medida en que se vaya consolidando la concepción del aprendizaje durante toda la vida, las universidades tendrán que ofrecer nuevas fórmulas para una formación de espectro más amplio. Se constatan ya esfuerzos, pero es importante avanzar en esa dirección para atender a los grupos más vulnerables ante la exclusión social.

Tras la entrada, se despliegan las vivencias del trayecto educativo. En este ámbito, las universidades están planteando importantes cambios, sobre todo en las metodologías educativas, pero el reto va más allá. Se trata de un cambio más profundo de la función educativa. En muchos casos, las universidades en su misión se refieren a promover procesos de enseñanza-aprendizaje eficaces y participativos, en comunidades educativas y, con ello, persiguen promover la transformación y crecimiento de los estudiantes como personas, profesionales y ciudadanos. Esto requiere atención a las transformaciones de los perfiles y competencias profesionales. Ahora bien, tan importante o más que ellos, es la formación en actitudes, valores y ética. Un componente esencial de esa formación-aprendizaje es, pues, la potenciación de un compromiso social, que implique poner en juego los propios talentos, y el desarrollo que se ha podido hacer de ellos gracias al apoyo de la sociedad, para contribuir al progreso de la garantía de dignidad de todos los que ‘van en el viaje’.

Por último, es importante la «salida» que intensifica los procesos de inserción laboral. Su éxito está influido por el acierto y atención que la universidad preste a diversos factores. Veamos algunos de ellos: primero, el conocimiento adecuado de las transformaciones del sistema productivo y su relación con los diferentes ámbitos del conocimiento, sobre todo en las titulaciones que se imparten. Segundo, una mejora en la metodología de la enseñanza, con atención a las competencias básicas, profesionales y transversales. Tercero, una mayor atención a los cambios importantes como la digitalización, el cambio climático o la internacionalización, atendiendo a sus implicaciones para los trabajos y la formación. Cuarto, una mayor colaboración entre empresas, organismos y universidad en la formación de los estudiantes (p.e. con el modelo de formación dual). Quinto, una actualización constante del profesorado no solo en su disciplina sino también en las transformaciones de las ocupaciones y actividades que sus estudiantes van a tener que «afrontar» como profesionales. Finalmente, una orientación profesional y asesoramiento vocacional adecuados. En el terreno limítrofe de la transición universidad-trabajo, la colaboración de la universidad, la empresa, los servicios de orientación y empleo y las entidades expertas en promover esa inserción, en especial para los más vulnerables, es fundamental.

En resumen, la universidad presenta un gran potencial como instrumento eficaz para la promoción social de las personas y con las reformas y transformaciones necesarias, puede jugar un papel de «ascensor social», en especial para los más desfavorecidos. Con ello facilita su acceso a una vida digna y contrarresta las barreras y dificultades de su estatus socioeconómico de origen. Esto la convierte en un instrumento potente de políticas y actuaciones que persiguen la promoción de la dignidad de los más desfavorecidos. El reto está en la transformación de la propia universidad para potenciar y ampliar esa función en las clases más populares. Así se fortalece su compromiso con la sociedad y se enriquece su razón de ser.