El otro día -era domingo- una mujer, delante de quien suscribe, preguntó a la dependienta de una pastelería del centro si le quedaba algún brazo de gitano disponible, pues no los localizaba en el escaparate entre las tartas de trufa y los merengues y los tocinillos de cielo. Un joven que había a mi lado me miró de soslayo. No entendía. Seguro que calibraba que esa mujer estaba loca. Le sonreí con la superioridad que concede la edad y la experiencia que deriva de ella. Le susurré que lo que ella demandaba era un bizcocho relleno de crema o de mermelada. Parpadeó varias veces. Le hice un gesto, igualmente de superioridad, como queriéndole decir que eso son cosas que pasan, rémoras lingüístico-sociológicas que las generaciones arrastramos en la mochila desde la noche de los tiempos. Acabo de hacer la prueba y me he metido en Google, por situar si aún se mantenía en el ciberespacio ese rótulo de «brazo de gitano» como elemento comestible. En efecto, ahí se hallaba en decenas y decenas de entradas en las que se explicaba cómo lograr el mejor y más rico postre de brazo de gitano. Desde ya, abogo por suprimir esta expresión persistente y tan desafortunada.

¿Es posible que perdure ese mal gusto, el asociar un miembro humano a una comida, sin que se nos revuelva el estómago y nos quite el apetito? Ya he dicho que sí. Además, añado, cómo es posible que la expresión se refiera al miembro humano de una raza (sé que solo hay una raza humana, lo sé, ya se lo leí años atrás a Rita Levi-Montalcini, la neurobióloga y Premio Nobel de Medicina, pero ahora me sirve la excusa) estigmatizada por los payos. Me pregunto, y lo hago temblando, cuál sería el origen primigenio que provocó esa denominación. ¿El motivo de una reyerta ancestral entre dos etnias, cuyo triunfo de una de las partes le facultaba para comerse, tras el puchero, el brazo del enemigo, del gitano en cuestión? Es evidente quién venció. Desde luego nunca he oído que exista el «brazo de payo» como festiva receta gastronómica.

Siempre me ha chocado este tipo de referencias. Hace años, recuerdo que podías comprar en el comercio «valencianas», una especie de magdalena, cuyo nombre se abreviaba con el adjetivo, que lo colonizaba por el desgaste cotidiano; o «pamplonés», una suerte de chorizo cuyo adjetivo también sustantivaba; o «cabello de ángel», siempre tierno y crujiente entre hojaldre. Y, por supuesto, estaban los Conguitos (cacahuetes rellenos de chocolate, cuerpo de «cacahué», decía la canción), que devorabas apenas lograbas abrir la dichosa bolsita. Un filósofo, muy presente durante el Naturalismo y tan popular en la Europa de la llamada crisis finisecular, la que transcurre del XIX al XX, sostenía que la vida venía a ser una lucha de todos contra todos, de blancos contra negros y viceversa, una pugna miserable por unos miserables harapos obtenidos al final de la contienda. Comerse unos a otros era el reto, no había más remedio, ya que el mal era la simple existencia. Es posible que, citando vida y comida, alguien ande pensando en aquella película de Marco Ferreri, con la participación del enorme Rafael Azcona en el guion, rayana con la antropofagia, pero aquello era una apuesta satírica, una lectura surreal de la civilización occidental y su decadencia irremediable.

No es difícil extrapolar lo dicho a nuestros alrededores geopolíticos de acá y de allá. De este lado, ERC se quiere comer a Junts y estos a aquellos. A Joan Baldoví, más de uno se lo quiere comer desde que ha hecho público que se va a presentar a primarias. El PSOE querría tragarse a Podemos. Vox quiere comerse al PP y el PP a Vox. Ciudadanos puede permanecer tranquilo, no se ha de preocupar: ya se lo han comido. Del otro lado, Putin se ha comido, aunque todavía no lo ha digerido tras los referendos, la franja sureste de Ucrania. China quiere comerse a Taiwán. EE. UU., desde tantos años, quiere comerse a su modo el mundo entero. Es una retahíla muy larga, una especie de cadena trófica demasiado dilatada para seguir enumerando.

Él, el filósofo, Schopenhauer, hablaba en el sentido metafórico, pero lo de los Conguitos lo es, convengámoslo, por favor, en su sentido canibalesco. Recordemos que en el anuncio de la tele se nos invitaba a deglutirlos con lanza tribal incluida.