Hace unos días el periodista Alfons Garcia Giner hilaba fino en su artículo de opinión «10.000», enlazando tres elementos que comúnmente nos desbordan en nuestro día a día personal y profesional: la rapidez con que pasa la vida, la falta de consciencia con la que transitamos durante este viaje y, por consiguiente, la falta de estrategia para jugar la mejor partida posible en este tablero de juego tan cambiante.

«El mundo pasa demasiado rápido por la ventana» afirmaba el periodista. Efectivamente, comparto con él esta idea, porque torpemente vivimos sin tiempo para analizar lo que está ocurriendo en el mundo y, cuando comenzamos a hacernos una opinión más o menos aproximada de unos hechos, la realidad se precipita de nuevo y cual tsunami informativo y vivencial, pasamos a engullir sin apenas respirar la siguiente noticia, vivencia, disgusto o alegría. Parece que no asimilamos nada. Esta falta de pausa y tono vital favorece a los tejemanejes de personas y compañías poderosas, que nos llevan como rebaño de ovejas que pasta en un prado aparentemente verde y real. Consecuentemente, apenas pedimos consecuencias y responsabilidades a quien daña, porque la ola la tenemos encima y hay que coger aire. Para que no nos ahoguemos nos ponen algún tipo de música de fondo, que nos entretenga por si entre inspiración y expiración se nos ocurre pensar.

La cuestión es cómo mantenerse en vigilia y beligerante en tiempos de liquidez -parafraseando a Bauman-, para que no se escape la vida por esa ventana. Normalmente, necesitamos que ésta nos zarandee para tomar consciencia del cronos y decidir así cómo queremos emplear el tiempo que nos queda. Es una pena tener que sufrir una tragedia para animarse y cambiar el modo de vivirla. Pero bienvenido sea el caos, si dinamita la cantidad de cosas inútiles sobre las que hemos construido nuestra personalidad, y decidimos de verdad virar hacia lo que nos hace verdaderamente felices. Y esos elementos suelen ser pequeñas cosas y pocas personas. Así fue en mi caso. La tragedia abrió mi ventana para dejar en casa solo lo imprescindible. Gracias al aprendizaje de la meditación logré la calma mental y me convertí en la persona que quería.

La imagen clásica que tenemos en la cabeza sobre la meditación suele estar representada por la quietud e inmovilismo. Sin embargo, puede ser una gran herramienta para frenar el tiempo y la falta de consciencia en la que vivimos. A mí me salvó del miedo a enfrentarme a una nueva vida, que no era la que yo había dibujado y esperado, pero también me dio claridad para ver la cantidad de personas que sufren (mucho más que yo) y a las que debo ayudar, removiendo obstáculos que yo pude salvar, gracias a la confianza que me dio parar y observar. Es decir, la meditación ha sido una herramienta más que me ha ayudado a superar mis propios traumas, pero también me ha dado consciencia de mi posición en el mundo y cómo contribuir a estar en él con sentido.

Creo sinceramente que en la vida nos creamos un personaje y nos lo creemos y, a partir de ahí, nos autoexigimos sin pararnos a pensar en aquellos aspectos que son importantes y nos aportan cosas, y esos otros que son prescindibles y vacuos. Cuando una persona hace esta revisión, lo normal es que salga de su ego y evidencie que reportar bienestar a los demás, aprovechar tu saber hacer para los demás…es francamente reconfortante. Entonces, sin apenas haberlo previsto, te das cuenta de que te vuelves un activista por los derechos y bienestar de los demás.

Así debería ser la vida de las personas, sencilla, pausada, disfrutona, consciente y comprometida. Seas una persona agnóstica, religiosa o política, el respeto por los derechos humanos, por el planeta y por los animales debería ser nuestro encaje en la vida. Encontrar la felicidad ahí: preferir no consumir a necesitar sin límites, aceptar(se) a siempre anhelar lo que no se tiene, encontrar satisfacción en el compromiso por las cosas importantes de la vida, frente a una vida superficial. Esta debería ser la balanza de intereses contrapuestos.

«El mundo pasa demasiado rápido por la ventana». Es verdad. Hay muchas herramientas para salir del yoismo y pausar la vida con sentido. A mí me ha servido ésta, pero no es la única; lo importante es que cada persona encuentre su vía de crecimiento personal y hacia lo colectivo. Dicen que «Lo personal es político» y yo añadiría que lo correcto en lo político también viene de un adecuado posicionamiento en lo personal.