El día 23 de noviembre se ha declarado el «día internacional de la palabra». La palabra como vínculo de la humanidad. Como el mecanismo fundamental que fomenta el diálogo y la paz entre las naciones del mundo. Una herramienta muy poderosa que nos permite conocernos mejor y aceptar nuestra maravillosa diversidad y nos lleva hacia un planeta en el que la vida para todos sea más justa, más gratificante y sin discriminaciones.

«En el principio fue el verbo(logos)»-Juan 1:1. Y de ahí surgió la vida. Y fuimos avanzando como especie. Quizás lo primero que sobresale como singularidad en los seres humanos respecto a las demás especies con vida es su capacidad y forma de comunicarse a través de lenguajes compuestos de palabras con un significado. Una palabra es un vocablo, una voz, una expresión. Y como decía Wittgenstein, «los límites de mi lenguaje son los límites de mi propio mundo».

Disponemos según el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española (RAE), de alrededor de 100.000 palabras en nuestra lengua. Como contraste tenemos al inglés con más de 400.000 palabras (incluso en una reciente investigación entre la Universidad de Harvard y Google encontraron más de 1 millón de palabras). La copa, sin embargo, se la lleva el árabe con más de 12 millones de vocablos que proceden de muy diversos dialectos de los 280 millones de arábigo parlantes.

De cualquier forma, este es un tema que crea siempre una gran controversia por los difusos límites que en ocasiones existen entre idiomas y dialectos.

A pesar de la aparente abundancia de palabras, dos circunstancias nos hacen sentir que son escasas. Una, es producto de nuestra evolución, de nuestra curiosidad, de nuestra búsqueda permanente de desarrollo. Aparece cuando innovamos, cuando creamos algo nuevo, algo que no existía y que tenemos que denominar, poner un nombre. Y por otro lado, qué difícil nos resulta a veces expresar con palabras esa emoción. ese sentimiento que late, que vibra adentro de nosotros.

Por otro lado, degradamos la palabra cuando al manifestar algo que haremos, lo incumplimos o cuando nuestro decir no corresponde con lo que pensamos, cuando deliberadamente mentimos. Cuando faltamos a nuestra palabra o cuando nuestra palabra falta a nuestro pensar.

Las palabras conjugándolas pueden exponer nuestros conocimientos a otros, pero también nuestras emociones si encontramos las palabras adentro de nosotros. Pero con nuestras palabras también podemos sorprender, encantar o maravillar. Hacer reír o llorar. ¡Qué poderío!

Y el significado de las palabras también depende de cuando, en donde, a quienes las digas. Y sobre todo como las digas, que pausas o silencios utilices, a qué distancia te encuentres del escuchante. Pero ¿es escuchante o simplemente oyente?

¿Qué tono, qué ritmo imprimes al expresarte con tus palabras? ¿cómo te comunicas con tus sentidos con el otro? ¿y con tu propio cuerpo? ¿y que emociones imprimes? y, ¿dramatizas al hablar o el humor dirige tus palabras?

No somos nuestras palabras al mismo tiempo que no somos nuestras ideas. Somos mucho más. Lo que sí es cierto es que con nuestras palabras vamos creando realidades que nos condicionan nuestro «ir siendo».

Las palabras nos llevan a cambiar ideas, creencias y hasta emociones. Y en base a palabras que se intercambian, se elaboran conversaciones que nos ayudan a entender al mundo, entender al otro, entenderse a uno mismo.

En los mensajes, en nuestras conversaciones podemos expresar datos, información, raciocinio o bien emociones que coloreen la realidad descrita. Y se sabe que la difusión de un mensaje aumenta en base al contenido emocional que contenga. Lo mismo que sucede a los procesos de aprendizaje y memorísticos. Recordaremos mucho mejor aquel conocimiento que adquirimos junto con algún estímulo emocional.

La Fundación por la Justicia inicia, provoca, intermedias conversaciones que facilitan comprensión, apoyo, entendimiento. Acerca posiciones buscando la justicia y ayudando a los desfavorecidos y excluidos. La palabra es muchas veces el primer paso para crear un camino que permite encontrar soluciones que sin esa voz no existirían. Conversaciones, denuncias, defensas ante tribunales, gobiernos, y todo tipo de instituciones tanto nacionales como internacionales. 

¡Qué gran poder tienen las palabras! Actúan directamente sobre nuestra mente haciéndonos creer algo que va a incidir en nuestro estado mental y asimismo actúa indirectamente sobre nuestro cerebro que como creador de impulsos electro bioquímicos va a poner en marcha neurotransmisores que nos van a hacer sentir bien… o sentir mal. 

Paradójicamente la palabra también le da un gran poder al silencio y a toda expresividad humana ausente de palabras. Esperamos las palabras y encontramos, por ejemplo, una mirada que nos envuelve, que nos acaricia o que nos golpea con furia. Como nos dice Mario Benedetti, «todavía creo que nuestro mejor diálogo ha sido el de las miradas».