La atención y la orientación de la mirada de los lectores que se saben objetos electorales pasan a ser redirigidas en modo tal que «lo del día» nos lleva a evitar la reconsideración del problema que subsiste, se enraíza y gana cuerpo entre nosotros desde hace años o meses. Ahí seguimos teniendo esos barcos sin puerto y, sobre todo, a esos hombres y mujeres que «han optado por la forma más radical y más trágica de viajar: la emigración». Entre nuestras expectativas ya no registramos posibles viajes y viajeros a los muelles del puerto de Valencia, aunque sigan existiendo «inmigrantes dispersos que entregan su seguridad contra un cheque en blanco». Santayana, cuyos padres pertenecieron a la casta de funcionarios coloniales, ha descrito muy certeramente y en dos líneas que «para que el exilado pueda ser feliz debe renacer, cambiar su clima moral y el paisaje interior de su mente» (El nacimiento de la razón, KRK 2022). ¿Se puede pedir mayor y más arriesgado esfuerzo a un hombre al que apenas le prestamos ayuda y cuyo nivel de quebranto es ejemplar?

Abríamos el mes de Julio y me atrevía a decir (Levante 01/07) que «tardaríamos en conocer lo sucedido» en Melilla durante una jornada que describía retomando una expresión de El País: «todo era sangre, piel desgarrada, pies rotos». No dudé en hacer pública la dolorosa conclusión a la que las informaciones oficiales del día me permitían llegar: «a medida que tengamos más información tendremos más motivos para avergonzarnos». Pero, a la vez, cerraba mi opinión abriendo una pregunta dirigida a nuestro Presidente: «¿Por qué nos obliga a asumir un análisis tan burdo, tan vejatorio?». Hoy esta pregunta, visto lo visto y oído lo oído de nuestros representantes parlamentarios, me veo obligado a reconocer que debería haber dirigido esa pregunta al conjunto de los representantes en Cortes. Todos se dieron por satisfechos con la información oficial en su día e iniciaron sus vacaciones.

Unos periodistas, surgidos de la niebla londinense, han venido a sacarnos a todos de la mentira, el fraude y la estafa, a obligarnos a mirar cara a cara a las personas que se amontaron en torno a nuestra valla y que hemos olvidado a la misma velocidad que fueron sepultadas; eso sí, cerca de nuestra valla. Probablemente pronto podamos conocer el reportaje que ha denunciado esta situación en nuestros ordenadores y mucho antes de que el Sr. Ministro del Interior nos de a conocer los videos que se han instalado para favorecer el control de nuestra frontera. En toda esta trágica historia parece que algo es indudable y quedó refrendado por nuestro Presidente: «la gendarmería se ha empeñado a fondo». No reitero el juicio moral que este análisis nos merece.