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El fútbol y la violencia se cuelan en las aulas

Como profesor de gira en talleres educativos me he visto reflejado en el lúcido reportaje «El Mundial se cuela en las aulas», firmado por J. M. Bort y publicado en Levante-EMV el pasado domingo. Ese «algo que estaba pasando en las aulas entre las 11 y las 13 horas del martes» me pilló en la cantina de un instituto de Secundaria. Ese «algo» se manifestó en un griterío y violencia verbal insoportables mientras pretendía tomar café. El rugido provenía de una manada de estudiantes varones -ni una sola chica a la vista; pregunté qué ocurría y me informaron con el tono propio del totalitarismo falocentrista que jugaba Messi en ese justo momento. Deténgase el mundo, amistades, ¡juega Messi! Uno de los incontables privilegios masculinos estriba en la capacidad de detener el orden cotidiano, aquellas normas elementales indiscutibles, esa lógica establecida social y políticamente en la esfera pública o privada. Cuando yo estudiaba Filosofía se suspendían algunas clases de tarde si había algún partido de fútbol relevante. El mundo patriarcal saca músculo y nos dicta la relevancia o no de las cosas. Se permitía aparcar los vehículos en las aceras, por ejemplo. Todo es posible por el fútbol. El Patriarcado recuerda su vigorosidad -y virilidad- en este tipo de escenarios propios de la cultura homoafectiva, a saber, aquella propia de hombres que admiran a hombres, un espejo como el de la madrastra de Blancanieves que recuerda la hermosura y robustez de los nacidos sexo varón socializados masculinos. El mensaje patriarcal «somos la polla» sigue muy en boga entre los niños y los chicos. Por eso imponen el fútbol o su polla en los centros educativos. Si afecta o no a las clases, al patio o a los conflictos de convivencia, ¿qué importa? Tratándose de Messi y de la polla, todo vale.

El reportaje de J. M. Bort recogía datos relevantes como la posibilidad de interrumpir las clases para poder ver los partidos en países como Argentina, Ecuador o Croacia. Alguien dirá ufano que aquí no ocurre. Cierto. Con todo, sufrimos otras manifestaciones de desigualdad entre hombres y mujeres a causa del fútbol no menos inquietantes. Por ejemplo, que el fútbol genera conflictos en el patio, en el aula y en el orden cotidiano de la realidad. O que algunos profesores varones «normalicen» ese revuelo entre chicos adolescentes porque, a fin de cuentas, el fútbol mueve pasiones. Defienden con pasión las pasiones masculinas. ¿Y las chicas? ¿Atendería el profesorado alguna petición femenina que supusiera reubicar o interrumpir la cotidianidad educativa? Desconocemos si algo así ha ocurrido, pues, como sabemos, en los centros educativos mandan los tíos, los macho alfa, las manadas y el fútbol, válgame la redundancia. El currículum oculto del sistema educativo se fundamenta en la testosterona, por eso encontramos tanta permisividad hacia los deseos de los chicos. Consumen fútbol, pornografía, mujeres prostituidas y vientres de alquiler. Como el balón, las chicas están a su disposición, o eso pregonamos. La vida es como un partido de fútbol y quien juega es el macho socializado masculino hegemónico. El mensaje patriarcal, capitalista y neoliberal cala entre el alumnado: «Todos somos Messi». Así aprenden y así lo consentimos. Todo un orden violento contra las mujeres blanqueado por el sistema educativo. La voluntad de los chicos, del fútbol y de Messi está por encima de todas las cosas. Y por encima de las chicas, siempre. «El puto amo», como dicen endiosados la inmensa mayoría de chicos. Él y nosotros, se entiende. Ellas nunca son las putas amas. Como mucho, «la puta» a secas. Mala cosa, por cierto. 

Entiéndase de una vez que cuando el fútbol paraliza el mundo -educativo, político, social, cultural- se enjalbega la violencia. Cada día nos marcan un gol. Aceptemos que la lucha contra el fútbol es una batalla difícil. La maestra Amelia Valcárcel insiste en recordarnos que el feminismo es un impertinente. Estaría bien que, cuanto menos, se importune a nuestros chicos y compañeros varones. Recordando, por ejemplo, que el fútbol produce violencia, desigualdad y homofobia. Digámoslo sin miedo. Evitemos que el fútbol y la violencia se cuelen en las aulas. 

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