El frágil minifundismo editorial

Josep Gregori, en su despacho de Bromera.

Josep Gregori, en su despacho de Bromera. / VICENT M PASTOR

Joan Carles Martí

Joan Carles Martí

Nadie mejor que Josep Gregori sabe lo que poco que se lee en este país. Igual que conoce a la perfección la vanidad letraherida, que suele ser inversamente proporcional al número de libros que venden. Sus memorias serían un best-seller seguro. No sé si ahora que anunciar la jubilación se pondrá, pero Bromera tiene reservado un capítulo esencial en nuestra historia colectiva de los últimos años. Su gran visión y trabajo constante han hecho del sello de Alzira la segunda editorial valenciana -la primera es Tirant lo Blanch-, con un éxito sin precedentes, tanto que hacía tiempo que los grandes grupos internacionales llamaban a su puerta. La entrada de Planeta supone una recompensa para un emprendedor local que vio en la industria literaria una capacidad única para hacer negocio y normalizar una lengua con un tremendo déficit lector. A muchos les podrá hoy el romanticismo, pero una factoría literaria también forma parte de la oferta y la demanda, como cualquier empresa. Gregori habrá hecho algunas cosas mal, como todos, empezando por mí, pero nadie le puede reprochar que levantó un pequeño imperio editorial en la ribera del Xúquer.

La entrada de la multinacional altera el frágil ecosistema editorial valenciano, sin duda. Bromera es una máquina de edición y promoción, que ha ido ampliando su catálogo a los tiempos y gustos, una adaptación que no han seguido la mayoría de pequeñas editoriales independientes, con un fondo más sesudo de tiradas muy limitadas y manías literarias infinitas, eso sin contar resentimientos pasados y presentes entre escritores de toda condición. A ese fenómeno tan vernáculo de dividir esfuerzos para ganar protagonismo tampoco ha escapado el sistema literario, que con el acuerdo Bromera-Planeta queda en un precario minifundismo, con una dependencia desmedida de las ayudas institucionales, que como todo el mundo sabe dependen en una parte de color político, pero no siempre, como han demostrado los dos gobiernos del Botànic, donde se ha impuesto censuras, pasado facturas partidistas y también sentimentales, y se ha alimentado más el amiguísimo que el criterio literario. Ahí está el fenómeno Noruega que dejó a la intemperie a muchos y encumbró a Drassana como una editorial emergente. Rafa Lahuerta tuvo una oferta para su versión castellana en Planeta, que rechazó, donde ya figuran en nómina los escritores que más venden, Ferran Torrent, Martí Domínguez y Raquel Ricart. Gregori ha ganado esta partida.

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