La dos

Avanzar retrasando

Tonino Guitian

Tonino Guitian

El presidente de la reciente Conferencia del Cambio Climático de la ONU en Dubái ha sido el simpático Sultán al Jaber quien, a pesar de tener un sorprendente parecido con Máximo Huerta, no es sultán sino director ejecutivo de la empresa petrolera nacional de Emiratos Árabes Unidos, la Abu Dhabi National Oil Company.

Se ha normalizado que los designados para resolver los problemas de la modernidad sean quienes los provocan. Y el más indicado para organizar las propuestas que devuelvan al planeta a un equilibrio económico y biológico es alguien que vive en la meca de la cruda Modernidad petrolera.

Sorprende de la capacidad del ingenio humano para crear sobre la arena árida de los Emiratos enormes ciudades de un lujo. Más que ingenio, son las inversiones hechas para que en la península arábiga se sufra menos la escasez de agua que en La Mancha. Tampoco hay lujo, porque aunque hay alucinantes fuentes decorativas a juego con los rascacielos, existe una pobreza muda e invisible que construye y desaparece en las catacumbas de las empresas universales.

Si no se topara uno allí con tanta arena entre las ciudades, no habría diferencia entre Dubái y Londres, Paris, Berlín o València en cuanto a su funcionamiento. La campiña inglesa, la campagne, los Naturparks o la Huerta son tan ajenos al centro de sus órbitas como empeño se ha puesto en generar vida artificial para millones de habitantes. Técnicamente, se podrían intercambiar unos por otros, igual que hay colonias de extranjeros ricos, que no se integran pero están adaptadas a habitar en nuestra costa, y colonias de extranjeros pobres que tienen que encajar a fuerza en nuestros barrios.

Nativos o migrantes, dependemos de la electricidad, el gas, la desalinización del agua, la refrigeración de alimentos, la calefacción o las redes de comunicación que están en manos de unos pocos, entre ellos las de Sultán al Jaber. Él y un reducido número de personas tienen el mando de nuestros medios de supervivencia, presente y futura. Por eso nadie mejor que él para explicarnos que responder al cambio climático puede conducir a un crecimiento económico diversificado. Vamos, que aún se puede ganar dinero con las energías renovables antes de que la capa freática de los Emiratos se hunda un metro más por la sobreexplotación subterránea.

Los sultanes son conscientes de que, cuando acabe el petróleo que mantiene las inverosímiles estructuras del Golfo Pérsico, de algo tendrán que vivir los pobres asentados mientras ellos trasladan sus palacios a un nuevo microclima en el Polo Norte creado a base de radiadores y deshielo de agua potable. El pollo, las naranjas de Sudáfrica, la leche en polvo y esas cosas ya vienen de serie en los supermercados.

Hubo un momento en el que la vida fue acción y reacción. Los jóvenes se rebelaban naturalmente contra un mundo de ideas que los viejos habían fabricado durante veinte años y eso daba cancha para que sangre nueva tomara el relevo generacional. Pero el camino del desarrollo futuro ya está trazado en todos los campos por un nepotismo práctico, realista y oligárquico, no exento de un romanticismo nacionalista para pasar el trago del bocadillo.

Al Jaber no es negacionista, sino un simpático retardista que obstruye o retrasa toda acción urgente contra el calentamiento global. Su ideal es potenciar el hidrógeno supuestamente verde junto a Alemania y la construcción en Egipto de un parque eólico terrestre de 11.000 millones de dólares. Unas engañifas ecológicas más que se añadirán al tiempo de decadencia con el que las siguientes generaciones tendrán que lidiar antes de que las soluciones, que tienen cortadas sus vías a lo razonable, encuentren su cauce por la vía de lo impepinable.

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