LA DOS

Algo es algo, o todo lo contrario

Tonino Guitian

Tonino Guitian

Usted cree que sufre mucho, pero la Real Academia sí está pasando momentos dramáticos para poder seguir los cambios del lenguaje. Sin darnos cuenta, estamos abandonando referentes. La trilogía cinematográfica de El Señor de los Anillos cumple ya veinte años. Y a pesar de las reposiciones, revela que la cultura de consumo de quien usa la palabra Mordor para aludir a un infierno, ya está caduca.

Esta ambiciosa producción de cuando la gente joven leía en vacaciones fue servida años después, de forma digerible, con fantásticos efectos especiales, por la industria del entretenimiento. Pero los adolescentes ni leen ni son todo lo que leen: ven únicamente imágenes, espejos cóncavos de lo que quieren ser.

Las jóvenes generaciones se nutren de la retórica moderna, que deja un amplio espacio al eufemismo. Sin un lenguaje equilibrado, se identifican con una realidad anodina o absolutamente eufórica. También les estamos exponiendo a la sinonimia cosmética, aparentemente no discriminatoria, que se emplea luego para estigmatizar cualquier supuesto privilegio. El uso de los peyorativos no se puede acotar por ley, y mucho menos en medio de una campaña preelectoral donde juegan aspectos sociales que afectan a campos que hasta el momento eran propios de nuestra esfera privada o del lenguaje científico o tecnocrático.

Añádase a esto la intimidación de un público general con pocas posibilidades críticas, al que se le hace creer que las nuevas definiciones mejoran su sentido, en relación con las anteriores. La ley cambia y la RAE elimina el término ‘mascota’ para que utilicemos términos más respetuosos, con la esperanza de que el lenguaje construya por sí mismo una realidad animal ideal.

En su colérico e íntimo diario Mi corazón puesto al desnudo, Baudelaire resume así el año en el que la supuesta subversión proletaria consiguió que se unieran de facto las grandes burguesías: «1848 sólo fue divertido porque cada uno fabricaba utopías como castillos en el aire. 1848 sólo fue hermoso por su exceso de ridículo. Robespierre es sólo estimable porque hizo algunas bellas frases».

En efecto, Robespierre, para contentar incluso al señor que ahora mismo está diciendo en voz alta en la barra del bar «sólo miran por sus intereses», llamó enemigos de la Revolución a los que no se correspondían con la imagen de virtud esencial del nuevo régimen. Intentó que los ciudadanos fueran virtuosos por la persuasión, como intentaron los sermones de San Vicente Ferrer, o por la fuerza, como la represión de Franco. No fueron elogios de una sociedad libre, donde la corrupción del poder se resuelve con mecanismos políticos: buscaban una sociedad reconciliada, donde los individuos fueran uno solo en la búsqueda de la virtud. Incapaces de sacarnos de nuestro infierno, nos aconsejan cómo decorarlo. Pero algo es algo, ¿no?

Las jóvenes generaciones se enfrentan a varios proyectos morales. Deben encajar en el prototipo de nuevos ciudadanos libres que, mediante el lenguaje, alcancen su perfección interior en la ciudad perfecta, sostenible, ecuánime, cercana. O en un anarquismo de derechas que les deje aparentemente libres de elegir lo que quieran, siempre que resulten útiles al poder.

Las píldoras de Matrix no son una ficción, son parte de nuestro documental. Nuestra mal envejecida historia reciente, llena de anticuados totalitarismos desconocidos para los jóvenes, demuestra lo peligrosos que son esos proyectos que, imaginando una hipotética perfección futura, justifican todos los crímenes que se cometen en nombre de la libertad, ya sea material o de pensamiento.

No es de extrañar que la falta de criterios haga que los profesores y los progenitores se vean impotentes para resolver los profundos problemas de salud mental de los jóvenes, que hoy se educan entre las barbaridades e idioteces que decimos y las atrocidades que cometemos a diario contra nosotros mismos.

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