LAS DOS

¡Feliz San José!

Tonino Guitian

Tonino Guitian

Una buena amiga que trabaja en una gestoría me dice que desiste de comprender mis artículos. En resumen: semana tras semana la decepciono. Y me parece bien, porque si yo necesito de sus servicios es porque soy incapaz de entender la rutina administrativa necesaria en mi vida para satisfacer las exigencias del Estado. Rutina inverosímil que ella, devota de las consignas, maneja a la perfección.

Cada cual entiende la feria según le va en ella. Por ejemplo, hoy que celebramos el día del padre, San José artesano, sé que como cristiano que este santo es la figura paterna coadyudante, de forma administrativa y putativa, en la concepción de nuestro Señor Jesucristo, portador legítimo de la dinastía mesiánica de David. No me miren con esa cara: yo soy de esos cristianos estrambóticos leídos, que reservan la fe para las personas, sin esperar ser merecedor de otras bendiciones.

Y sí, soy un pelmazo, pero esa apreciación no va a evitar que la figura de Jesús sea una cuestión dependiente de la gestión que organizaba las actividades del Estado Romano en la provincia de Judea. Desde el censo de los niños a la crucifixión de los disidentes. Así que si entiendes como hacer una declaración de la renta y no me entiendes a mí, es porque tu ceguera te reporta más beneficios que ver la realidad.

También porque la Historia te la sopla, porque el arte es el que compras en el museo en forma de posavasos, porque tus reglas son las jurídicas y esas te valen para la confirmación de tu sexualidad o para el reparto de las herencias. Y que si te acercas a tu padre en sus últimos momentos de vida es más porque te sientes culpable de recibir sus bienes sin haber hecho nada por él que por el amor verdadero que deberías tenerle como persona. El amor es un valor que pasa, pero el piso en el centro es un valor sentimental que permanecerá siempre en tu cuenta del banco.

Yo ya no le voy a pedir peras al olmo en cuestiones de comprensión. Que cada cual entienda lo que quiera. Que cada quien se emocione y se alíe con lo que más le apetezca sin entender más que lo que lleva apuntado en su libreta. Aunque yo las acepte por imposición, no me vais a amargar con vuestras normas nada de lo que yo siento. Lamento mucho decepcionar a los hipócritas: no hay día que no me dé, por ello, literarios golpes en el pecho con falso arrepentimiento.

Tenemos ideas erróneas de que la pena y la tristeza obstaculizan nuestra existencia: así como la ira moviliza la energía –vamos a integrarnos y a por todas–, la tristeza nos hace retirarnos de la escena de los acontecimientos para digerirlos.

Pero en nuestra sociedad de la inmediatez, darse tiempo para la reflexión es molesto. Y, al no tomarte el tiempo necesario para «digerir» la decepción, no aprendes de ella y pronto te encontrarás en una situación similar.

Para mí, superar la decepción significa mirarla a la cara, darme tiempo para integrarla positivamente. Mi idea no es contrarrestarla, sino utilizarla como palanca. La decepción es una lección de vida. Y eso significa rehabilitar mis emociones. Las decepciones tienen un mensaje que darnos, siempre que las escuchemos.

En cuestión de política quedan pocas semanas para que nuestras decepciones entren en el juego populista electoral. Yo no he sentido más frustración que la que me han producido por todas las formaciones políticas en los últimos años. Y para ilusionarme de nuevo no me valen ingeniosas frases publicitarias ni los sustos. Mi única ilusión es que mi gestora me comprenda, pero es una batalla perdida porque a ella no le importa lo que yo sienta, ni me voy a molestar más en hacerle creer que la entiendo. Feliz día Pepes, Pepas, Josés y Josefas, y que Dios os bendiga.

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