la columna

14 de abril

Paco Cerdà

Paco Cerdà / L-EMV

Miguel Ángel Villena

Miguel Ángel Villena

El 14 de abril de 1931 fue el día más alegre en la historia de España del siglo XX. Lo contaron los cronistas y lo vivió la gente anónima, millones de personas que se lanzaron a la calle para proclamar la libertad de la República. Aquella jornada significó el final de la Restauración borbónica, un régimen caciquil y muy poco democrático que se había prolongado durante medio siglo con el rey Alfonso XIII a la cabeza. Fue una transición pacífica y festiva después de unas elecciones municipales que habían servido como un plebiscito para el cambio de régimen. «España se había acostado monárquica y se había levantado republicana», como señaló un ministro de la monarquía. Los grandes periodistas de la época como Manuel Chaves Nogales, Josep Pla o Josefina Carabias dejaron constancia escrita del entusiasmo de unas masas que, sin derramamiento de sangre, vieron partir al rey hacia el exilio. Entretanto, el Comité revolucionario entraba en la sede de Gobernación, en la madrileña puerta del Sol, encabezado por el apuesto Miguel Maura, que con voz firme pronunció ante los guardias civiles una frase para la Historia: «Abran paso al Gobierno de la República». Pero la Historia no se escribe sólo con mayúsculas, sino que se compone de multitud de pequeñas historias, como las que relataban mis abuelos Fernando y Teodora que acudieron al Ayuntamiento de València para celebrar la llegada de la República y entonar La Marsellesa, que fue el himno provisional y espontáneo del nuevo régimen hasta que el Gobierno aprobó El himno de Riego como música oficial. Al evocar durante estos días el 92º aniversario del 14 de abril de 1931 regresa también a la memoria de aquellos que peinamos canas la única jornada comparable en el siglo XX: las elecciones del 15 de junio de 1977, las primeras tras la dictadura franquista. En cualquier caso, a aquel 14 de abril tan citado, estudiado y mitificado le faltaba quizá una crónica que reflejara los miles de detalles cotidianos, en apariencia banales pero todos ellos simbólicos, que definieron aquellas 24 h. Aquí entra con brillantez y pasión, con la ágil pluma de un periodista y el rigor de un historiador, el libro 14 de abril, de Paco Cerdá, que ganó el premio de no ficción de Libros del Asteroide. Desde los palacios a los suburbios, desde las tertulias de los intelectuales hasta las conversaciones de los tranvías, desde los protagonistas principales hasta las gentes humildes, Cerdá ofrece un magnífico caleidoscopio, un relato trepidante, de un día irrepetible. Y si las enseñanzas de la historia deben mostrar aciertos y errores, valdría la pena una reflexión sobre un país cuyos soberanos han muerto con tanta frecuencia en el exilio despreciados por el pueblo que gobernaron. ¿No da que pensar que Carlos IV, Isabel II o Alfonso XIII fallecieran lejos de España? ¿Acaso no es un escándalo que Juan Carlos I resida en Abu Dabi y haya sido repudiado hasta por su hijo, Felipe VI? ¿Qué imagen ofrecería la monarquía si el emérito falleciera en el país de sus amigos jeques? ¿Ha llegado el momento de abrir ese debate, endiablado pero necesario, sobre la forma de Estado?