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La Movilidad en València (III): el rencor al coche y el conductor delincuente.

En mis dos artículos anteriores de la serie he dado muchos datos que ilustraban mis opiniones. Hablaba estrictamente como técnico en movilidad. En este de hoy hablaré de intangibles, de sentimientos, de anécdotas, obviamente sin estadísticas numéricas.

Un día subí a un taxi y el conductor me decía: «Caramba, necesito mil ojos tengo que vigilar la velocidad en las señales, los mensajes de señalización en el suelo, las isletas, los bordillos y semibordillos bajos de carriles bici, los cruces de carriles bus y bici, los bolardos en los viales las bicis que vienen por la derecha y por la izquierda, la complejidad de unas plazas y rotondas llenas de caminos y subcaminos donde tienes que estar en tensión permanente, en estrés permanente. Y cuidado como te pases o te saltes algo; te cae la multa. Le diré más, nunca he tenido más momentos de peligro de atropellar a alguien que en los últimos años, con la complejidad de moverse. La ciudad parece una yincana llena de obstáculos para pillarte». Y añadía: «Está claro que nuestro concejal odia a los coches y nos considera delincuentes en potencia».

Otro día, uno de tantos amigos con los que departía sobre la movilidad de la ciudad que me preguntan, me decía: «Hace unos años me costaba ir a mi trabajo entre 20 y 35 minutos según la hora. Ahora casi he duplicado los tiempos. ¿No se suponía que sería una ciudad amable? Yo estoy más estresado que nunca. Creo que el concejal solo defiende a los suyos. Y lo de la bici está bien, pero la mayoría restante le importa un pito. Los carriles son más y más estrechos, los atascos más horas y más duraderos. Ya sé que los vecinos conductores somos sus enemigos a combatir, y no entiendo esa obsesión». Y concluía: «¿Vecinos somos todos, o solo sus amiguetes?».

Y por no alargarme en anécdotas hay un tercer grupo de apesadumbrados conductores también muy numeroso sobre los aparcamientos. Y uno de ellos me daba su versión de lo que está pasando: «El concejal viene a por nosotros. Quita plazas para carriles bici a saco y sin medida, pone carril bici donde hace falta y donde no. Y yo no veo pasar más que una bici por cada 200 coches o más, y su espacio es ahora casi de un tercio del disponible. ¿Qué sentido tiene tal proporción? Para más leña, los contenedores de basura crecen en número quitando más plazas, también aumentan los reservados para motos (como si las motos no pudiesen aparcar en las de los coches), las de minusválidos, las de carga y descarga. Ha quitado cientos de chaflanes de cruces de calles que tenían aparcamientos y no molestaban a nadie; solo se puede justificar porque nos considera indeseables, no se me ocurre otra razón. Y ahora que se le tiran encima los pocos ciudadanos organizados desde las Asociaciones de Vecinos por la destrucción injustificable de plazas de aparcamiento, muy hábilmente les pone zona verde y naranja, fastidia igualmente a la mayoría de conductores, pero silencia a los vecinos que (a cambio de un pago) tienen plaza casi garantizada. Pero claro ¿cuándo no eres del barrio qué? Virgencita que me quede como estoy. No, es muchísimo peor: no puedes ni plantearte entrar en Ruzafa, por ejemplo. ¿Y cuando todos los barrios sean así? No podrás mover el coche porque no podrás aparcar en ningún sitio. Es comprar el silencio envenenado».

No creo que tenga que documentar estos sentimientos que están en boca de muchísima gente.

Cierto que gobernar así, tras la «bandera del ecologismo» le da una legitimidad pero no sin límites. Parapetarse detrás de una causa justa (no tengo ninguna duda de que lo es) no da licencia para actuar sin medida. En Valencia la sensatez y mesura está desbordada. No puede gobernarse la ciudad con un sentimiento de confrontación descarnada hacia la mayoría de la población sin darles una opción alternativa para ir y venir a sus lugares de trabajo, a llevar a los niños al cole o a trasportar paquetes de compra, o lo que sea. El conductor no es un enemigo, es también ciudadano y se estresa, no es un delincuente potencial.

Gobernar por una causa justa (y la ecología lo es) requiere primero facilitar la alternativa a lo que queremos cambiar y luego promocionarla, ¿Claro que sí! Pero sin imposiciones no a la fuerza, no contra la mayoría. «Convencer y no vencer». Nunca el fanatismo es buen consejero.