tribuna

Estos niños de la guerra

Dolors López

Dolors López

Ha pasado más de un año desde aquella tarde que recuerdo lejana. Hoy, que se escuchan tambores de paz, vuelve a mi memoria….

Diluviaba sin tregua en la ciudad ducal mientras esperaba el turno para registrarme en el hotel.

La estancia era un espacio grande dividido sin fronteras en cafetería y recepción. Al fondo, el salón gobernado por un reluciente piano de cola.

Una docena de niños rubios de distintas edades ocupaba todo el espacio, sin parar de corretear, como si les fuera la vida en ello. Algunas madres tan rubias como ellos, permanecían atentas a sus movimientos.

De pronto, una sillita de bebé se acercó a la cristalera que daba acceso a la calle. El niño se tiró literalmente de su carrito para golpear la cristalera, intentando abrirla. Su madre le calmaba entre palabras a media voz, casi susurrando. Se diría que temía ser escuchada.

El pequeño apenas caminaba, y su frustración por no poder salir le enrojeció la carita pálida entre bramidos y lágrimas de desconsuelo.

Llovía dentro y fuera del hotel. Sin piedad.

La recepcionista, alegre y sonriente, me explicó que el ayuntamiento había dispuesto el alojamiento de varias familias refugiadas en su establecimiento. Lo contaba con orgullo, feliz por formar parte de esa solidaria confabulación que recibía a un grupo de personas huidas del conflicto.

Pensé en la facilidad con la que habíamos aceptado una guerra arcaica en pleno siglo veintiuno. En el horror de esta guerra.

Pensé en el horror de todas las guerras.

Aquel segundo domingo de mayo, como cada año, se conmemoró el día internacional en memoria de las víctimas del Holocausto. En esa ocasión se puso el foco en «La vida después del Holocausto: recuperación y reconstitución».

A mi cabeza acudieron algunas secuencias del juramento que los supervivientes hicieron días después de ser liberados:

«En este campo del horror, los abusos, los castigos inhumanos, los asesinatos arbitrarios constituían la cotidianeidad». «Es importante no olvidar el horror de los campos de concentración, pues ya casi no quedan supervivientes».

Nuevamente rememoraron el terror del pasado.

Nuevamente reclamaron la obligación de mantener viva la memoria histórica para velar por que no se repitan los errores del pasado.

La Unión Europea nació como respuesta al horror del nazismo con el objetivo de garantizar el «nunca más». Lo celebramos y lo recordamos cuando en el calendario vuelve a ser 9 de mayo. Sin embargo, en esta ocasión, un conflicto delirante siguió lanzando bombas sobre la población civil de un pequeño país el mismo día que se festejaba el acontecimiento.

Mientras me cambiaba con prisa, pensaba en esta sinrazón aterradora instalada en un mundo atónito que no da crédito a lo que ocurre.

Me obligué a centrar mis pensamientos en la intervención que tenía en unas jornadas formativas para el profesorado. Llegué a tiempo de escuchar algún retazo de conversación por los pasillos que conducían al aula. La palabra guerra fue pronunciada en varios corrillos. Desde el primer momento sentí sus miradas cálidas de bienvenida. La tarde cayendo sobre nosotras era un cobijo.

En la cena, Manela y Xelo, compañeras queridas, fueron desgranando la multitud de acciones de acogida en las que ellas, y una gran parte de la ciudad, se prodigaban con toda naturalidad para hacer sentir a los refugiados la bienvenida más humana. Buscaban unas horas a su día, ya repleto, para enseñar nuestra lengua a los recién llegados. Las miraba con fascinación y respeto.

Habían hecho suya la idea motriz de recuperar y reconstruir después del dolor y el espanto.

Pude comprobar cómo se volcaba una ciudad en acariciar la conmoción de los refugiados con la sencillez de lo auténtico.

Liduvina al frente, mis compañeras y todos los nombres que se han hecho familia acogedora, me enseñaron que la esperanza no está perdida. Que seguirá protegiéndonos de la crueldad más atroz.

Que la fraternidad, la paz y la libertad que perseguimos y defendemos cuando proclamamos la Unión Europea han de seguir siendo faro y motor para parar esta guerra e impedir cualquier otra.

Juntos.